Negros, indígenas, mestizos y blancos: ¿cómo la cultura norma la sociedad? ánalisis con base en "de palenques a feligresias o parroquias de negros libres en el caribe colombiano"
Publicado el 23 noviembre 2019 por Abvec
@abvec
Con base en el texto escrito por el profesor de historia Jorge Conde Calderón vemos que la cultura permea todas las áreas de la existencia humana de manera contundente y visible. En el caso de nuestro caribe colombiano los diversos sectores sociales de la población, ya sea por su color de piel, clase o trabajo eran insertados en dinámicas diferentes que no solo les coartaban en ciertos sentidos y hacían vulnerables en otros, sino que además propagaban una sola forma de concebir y entender la realidad social. La condición del pigmento de tu piel, tu procedencia y tradiciones legitimaba en cierta medida que la clase dominante hiciese contigo como mejor le convenía. Un caso particularmente llamativo es el de los libres de todos los colores. La negritud ya se preconcebía con un estigma esclavista que no salía del inconsciente colectivo. La noción de África y su gente como servidores de sus amos y gente inferior hacia parte plena de la visión clásica de los dominantes sobre los dominados.
Los palenques como opción de salida a la libertad plena y a la consecución del respeto y reavive de tradiciones africanas en suelo americano se justificaban en la necesidad clara de expresar y visibilizar un origen. Un origen que había sido oprimido, pasado a un segundo plano y olvidado. Pareciese que con la trata de esclavos y su paso a ser considerados animales se obviaba el inmenso compendio de saberes, ritos y prácticas del continente negro sobre las tierras a las que habían llegado. Solo interesaba en contados casos con las mujeres esclavas con oportunidad de hacer brebajes, curas y labores de parto para sus amas, compañeras y compañeros. El ingrediente afro se echó a un lado y por razones evidentes se hizo irremediable que explotasen en pro de ser libres y poder expresar sus raíces de la forma más desbordante posible. Luego de tanta opresión solo puede haber estallidos.El sometimiento de una cultura y forma de vida sobre otra no solo es nocivo, sino que además en tiempos de la colonia fue desencadenante de múltiples males. El blanco imperante sobre el negro y demás razas se justifica así mismo sobre la base de autoasimilarse como miembro de una raza educada, superior y con el poder y garantías de hacerlo. Este aspecto de nuestra historia no deja de ser lamentable, pero es un recuerdo siempre visible de errores que no debiesen ser repetidos nunca más.San Basilio de Palenque considerado el primer pueblo libre de América en una revuelta liderada por Benkos Biohó fue y es un escenario prominente de ese proceso de libertad de los esclavos que pasaron a ser llamados cimarrones por su acto de rebeldía contra lo establecido. El clamor por la liberación y la autonomía fue el motor que transgredió la norma que permitió que un negro atrapado obtuviese la ansiada libertad. El Palenque de San Basilio debió finalmente ser aceptado pese al enojo de la clase dominante, ya era mejor pactar que no permitirían la llegada de nuevos pobladores a su localidad y dejarían las armas, recibiendo a cambio la posesión de sus tierras, ordenamiento político y lo más importante: el respeto a su condición de libres. Esto es muy significativo, pues nos habla de las licencias que hay que dar cuando ya se presume que es irremediable lo que se avecina. Para los opresores esto constituía un problema que se les salía de las manos y por ende era mejor concretar alianzas antes de perder aún más legitimidad.A lo largo del siglo XVIII se da un nuevo punto considerablemente importante en este trasegar y es la mezcla de los cimarrones en rochelas con mestizos, pardos, mulatos y zambos. Ellos eran ahora los libres de todos los colores, una nueva comunidad dispar pero unida por el elemento trascendental de poderse valer por sí mismos en una nueva instancia esperanzadora al igual que problemática. Esta población de multiplicidad de pigmentos y carga genética fue una peculiaridad en el caribe colombiano y ejemplar de la multiculturalidad en la colonia. De hecho, los libros de historia hablan de la preferencia negra de dispersarse entre mestizos y demás razas. Quizás esta búsqueda de confundirse entre todos, pero mantener sus costumbres fue una estrategia para no concentrarse en un solo sitio y así poder ser cercados o atrapados fácilmente sino estar mejor regados en diversas zonas para sentirse protegidos. Estas zonas eran inicialmente rochelas y palenques, y luego poblados llamados indistintamente sitios, feligresías, parroquias o viceparoquias.La idea central del texto que nos trae hoy aquí es examinar el transito realizado de palenques y de asentamientos de los negros fugitivos hasta el reconocimiento de sus poblados como feligresías o parroquias de negros libres. El autor logra su objetivo mostrándonos como no solo la población negra puede establecerse, sino que además mantienen su cultura uniéndola ahora con saberes aprendidos en América formando así la cultura afroamericana. Esta es pues la pieza central sobre la que se ejecuta todo el texto en el que se evidencian los resultados de todos esos años de convivencia en las hoy conocidas expresiones socioculturales, festivas, lúdicas y cotidianas que se mantienen vivas en los pobladores del caribe colombiano. De manera que la historia de un pueblo negro oprimido se mescolanza con un pueblo nativo y un pueblo blanco dominante dando como consecuencia un completo, amplio y maravilloso compendio de valor cultural invaluable y con una riqueza que bordea todos los aspectos de nuestra vida como habitantes de esta región del mundo. El mestizaje no es ni debe ser ajeno jamás a una realidad afro, a una realidad blanca y a una realidad indígena. En esta mezcla de un todo hay una constitución de tradición con experiencia y afianzamiento por el arraigo de lo que hoy somos, pero también de dónde venimos y hacia dónde vamos. Es una verdad inalienable del ser humano.Buscando responder el cuestionamiento de como la cultura norma la sociedad sin lugar a dudas se hace palpable en lo mencionado hasta ahora en este análisis. Es una verdad con múltiples aristas que nos lleva a pensar que la cultura norma a la sociedad desde su base más interna hasta la más exógena. Desde la diversidad y la comprensión de nuestras realidades. La población afro pese a pasar por el proceso de la esclavitud mantuvo sus costumbres y más añoradas prácticas y hábitos trayéndolas consigo a este territorio al que llegaron a servir y pasar por tratos inhumanos. Su resistencia, gallardía y valentía es un ejemplo de que la cultura si norma a la sociedad y lo hace desde el arraigo a lo propio como algo sagrado, digno de mantener, propulsar y propagar. Es decir, lo cultural toma un carácter identitario que forma sociedades con valores mejor definidos y establecidos.
De esta forma llegamos a la conclusión de que el caribe colombiano se ha forjado una identidad con base en su disparidad poblacional, esa variedad de hábitos, colores de piel y procedencias ha hecho que seamos lo que somos. La sociedad necesita de la cultura para ser y la cultura le da un carácter especial a cada uno de los componentes de la sociedad. La ancestralidad negra, el misticismo indígena y la religiosidad blanca han dado un aporte sin igual a la conducta caribeña, a su forma de apreciar el entorno y el desenvolvimiento con los demás. La exploración de los sonidos, el arte, la música, la relación con la medicina aborigen, los horarios, el sol, el mar, el trabajo, la pesca, la siembra y la cosecha han sido ingredientes sustanciales que se han adherido a la sabiduría popular creando una identidad propia, una idiosincrasia colectiva que ha desarrollado a esta sociedad permitiendo que sea como es y no otra. En la unión de estos desiguales ha emergido una sociedad que se ha normado por la cultura a lo largo de su historia, que no puede jamás dejar de lado el para nada irrisible aporte de muchos para la creación y consolidación de un todo.