Yo en cambio, hubiera escrito: “Mi héroe de la infancia, el hombre que pegó el más grande salto de la historia pero le cedió el crédito a la humanidad; ese genial, disciplinado y a la vez osado piloto que puso su pié en un suelo polvoriento -no, al final no era de queso-, aquel que cumplió el sueño de Verne y de Méliès, ese hombre partió en el viaje de todos los viajes. Pero mas allá de la pena, nos quedan el respeto y la admiración por este protagonista fundamental de la que tal vez sea la más grande aventura tecnológica de la historia.”
Bueno, eso escribiría yo.
Los conspiracionistas que no quieren ni pueden convencerse de que el genio humano es capaz de proezas como esta cuando trabajan juntos por un propósito mayor, dirán que sólo se trató de un buen actor. Allá ellos.
Yo prefiero imagenes como las de más abajo. La humanidad puede aventuras como esta y mucho más. El piloto Neil A. Armstrong, a quién hoy despedimos, comandó una de ellas.