Neurociencia y meditación: encuentros con el Dalai Lama, II.

Publicado el 14 marzo 2013 por Rafael García Del Valle @erraticario

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En enero de 2013, tuvo lugar el XXVI Encuentro de “Mente y Vida” (Mind and Life), que reúne cada año a científicos de diversas disciplinas y monjes budistas en una curiosa sucesión de conferencias y diálogos encabezados por el Dalai Lama, quien asume indistintamente el rol de líder espiritual y de alumno obstinado.

Los encuentros de “Mente y Vida” se vienen celebrando desde 1987 y han dado como resultado la consolidación, según han pasado los años, de cuatro categorías protagonistas: neurociencia, física cuántica, cosmología y estudios sobre la conciencia. En este último apartado, se abordan campos como los efectos de las emociones en la salud, el papel del altruismo frente al sufrimiento, o la ética y la compasión como valores necesarios para el desarrollo personal y social.

La comunicación entre dos maneras tan diferentes de acercarse a la vida, tanto exterior como interior, y los puentes tendidos entre ambas tienen como objetivo, según sus organizadores, mostrarle al mundo un camino hacia la paz del individuo consigo mismo, primero, y del mundo, después.

(Encuentros con el Dalai Lama, I)

Si en la primera parte abordamos el asunto de la física cuántica y sus implicaciones filosóficas, en esta resumiremos los debates en torno al papel de la meditación como herramienta para el desarrollo de una sociedad más solidaria y compasiva.

Tal y como afirma Richard Davidson, de la Universidad de Wisconsin-Madison, el humano es el único ser vivo conocido capaz de regular sus emociones, pero ha de saber cómo. Frente a las respuestas naturales e instintivias de alerta y orientación, existe un mecanismo de control radicado en el lóbulo frontal, que es el que permite resistir ante tales estímulos externos y fijar la atención de manera voluntaria.

Aquí es donde se deja ver la importancia de la meditación, pues incrementa la capacidad de atención, sin la cual no es posible regular las propias emociones.

A este respecto, uno de los datos aportados durante las conferencias de “Mente y Vida” se antoja clave para comprender los comportamientos impulsivos de los ciudadanos en los países más desarrollados: el tiempo de capacidad atentiva del estadounidense medio es de ocho segundos, tras los cuales la fuerza de distracción le supera. Un pez de acuario puede mantener su atención durante nueve segundos.

Empatía y compasión

Tania Singer es directora del Departamento de Neurociencia Social en el Instituo Max Planck de Leipzig, Alemania, donde investigan los mecanismos neuronales y hormonales que subyacen al comportamiento social. En este contexto, están elaborando un programa para el desarrollo de la compasión.

Según esta científica, existe una diferencia fundamental entre empatía y compasión que permite comprender el fracaso de muchos programas de ayuda y asistencia social.

Todos nacemos con la capacidad de empatizar con el sufrimiento de otros, pero por sí sola esta capacidad conduce a una situación de estrés y emociones negativas que, al final, acaban derivando en un exceso de fijación por el estado de uno mismo, no de los demás. Es decir, potencia el egocentrismo. Según Tania Singer, esta es una de las causas del elevado índice de depresiones e incluso suicidios en los sectores laborales dedicados al servicio social.

La clave es el desarrollo de la capacidad compasiva, que tiene que ser “entrenada”, gracias a la cual los sentimientos negativos transmutan en una conexión afectiva con el otro que refuerza la solidaridad y el aprecio. La compasión, por tanto, es el cabo necesario para no ser arrastrados por la corriente de sufrimiento generada por la empatía: una situación de control que es la que permite ayudar con eficacia a quienes sí están yendo a la deriva.

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En los experimentos, se estudian las emociones generadas al ver noticias relacionadas con catástrofes, hambre, muerte, etc. Las personas no entrenadas activan emociones negativas y situaciones de estrés.

La compasión es una de las grandes aportaciones del budismo, pues ha hecho ver que lo que Occidente considera como emociones negativas es una cuestión cultural, adscrita a un sistema dado, no un estado intrínseco a las emociones en sí, sino a la subordinación de la vida a una búsqueda de la comodidad y el bienestar personales.

Mediante la compasión, tales emociones negativas transcienden la concepción creada al respecto y entran en un nuevo marco de referencia. De acuerdo a esto, el sufrimiento no debilita sino que, al contrario, es el elemento indispensable para fortalecer la actitud y afianzar la determinación vital, pues sólo la vivencia desarrolla la convicción necesaria sobre cualquier fenómeno.

Por tanto, desde este punto de vista, es algo muy positivo. La conexión con el sufrimiento es fundamental para la evolución de la conciencia. De otra forma, la ignorancia sigue rigiendo la vida e impide un auténtico crecimiento personal.

Sólo estaríamos tratando con conceptos y aspectos racionales, de manera que no se establece una auténtica unión con la persona que sufre, sólo un entendimiento de la situación de sufrimiento. Al tener esto claro, es posible desarrollar la compasión sobre la empatía. De otra forma, debido al enorme peso de una empatía desnuda, se tenderá al escapismo, la búsqueda de justificaciones para la evasión y el cinismo característico de las actuales sociedades desarrolladas.

La empatía es neutra. Según las capacidades del individuo, le dirigirán a un estado de estrés y, por tanto, de huida y egocentrismo –obsesión por alcanzar el estado personal de confort y equilibrio, perdido a las primeras de cambio—, o hacia un compromiso con el otro y de entrega impersonal, logrado mediante el fortalecimiento de la actitud. Sólo ante un enemigo superior es posible aprender y mejorar.

La compasión otorga el equilibrio necesario para tratar con el sufrimiento, pues otorga los recursos necesarios para enfrentarlo y superar el estrés y miedo surgidos de las situaciones hostiles.

Un efecto de la incapacidad para controlar las emociones es lo que Davidson llama “pegajosidad”, la permanencia en el tiempo de una emoción negativa tras haber desaparecido la situación que la produjo. Esta es la causa de una importante cantidad de sufrimiento.

Las personas con mayor incapacidad para recuperarse de una emoción negativa tienden a ser más ansiosas y muestran mayor inquietud que quienes se sobreponen antes. Cuanto más práctica meditativa se tiene, menos pegajosidad se padece.

Los males del progreso

Soledad y depresión son una epidemia en los países desarrollados. Las personas no encuentran con quien hablar y compartir su sufrimiento. Ansiedad, miedo y arrepentimiento se acumulan al vivir de recuerdos y cargar con el peso de la inseguridad ante el futuro.

James Doty, profesor de neurocirugía en la Universidad de Stanford y director del Centro para la Invetigación y Educación de la Compasión y el Altruísmo, dentro de la misma universidad, explica el alto grado de depresiones desde una perspectiva evolutiva. El ADN apenas ha sufrido cambios importantes en 200.000 años, de los cuales sólo 10.000 no han supuesto una vida de cazadores recolectores, cuyas vidas se desarrollaban en grupos de diez o quince personas.

Para garantizar la supervivencia de la especie, los seres humanos han desarrollado vínculos activados por segregación quimica que garantizan el cuidado del bebé por parte de la madre durante el largo periodo en que éste se encuentra indefenso ante la vida, como la oxitoxina, que fomenta la confianza. La colaboración entre individuos no sólo se basa en lazos familiares, sino que responden a estímulos de recompensa sobre los que se afianza la unión grupal.

La solidaridad es un comportamiento necesario para la continuidad de la especie. Según las teorías evolucionistas, es por tanto un aspecto reforzado por la selección natural, puesto que aquellas comunidades con mayor número de individuos compasivos aumentan sus opciones de salir adelante y, por tanto, de incrementar su descendencia. Hemos evolucionado para asistir a otros.

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El estrés contemporáneo es crónico, provocado y en ningún modo natural, derivado del modo de vida capitalista. Es contrario a la evolución, pues, al tiempo que sitúa al individuo en una situación continua de lucha y alerta frente a los peligros que atentan contra su supervivencia, suprime las herramientas de cooperación grupal necesarias para compensar el sistema nervioso. El enemigo está dentro del grupo, de hecho puede ser el grupo en sí, de modo que no existe el refugio necesario para todo ser vivo.

Los estudios apuntan a que los programas de meditación, aplicados en ambientes laborales y sistemas penitenciarios, logran reducir notablemente la violencia dentro del colectivo. Se trata de una recuperación de la dignidad y de la confianza de la persona al aceptar la situación de impermanencia que es la existencia. Sólo una mente calmada puede servir de base para cultivar la compasión.

Según los estudios de Sona Dimidjian, de la Universidad de Boulder, Colorado, en los procesos de depresión la meditación ayuda a tomar conciencia de los pensamientos que asaltan la mente, de manera que el sujeto reconoce los episodios de tristeza, pudiendo acercarse a la experiencia desde otra perspectiva que no sea la de ser arrastrado por la corriente de negatividad al identificarse con sus pensamientos.

No se puede eliminar la tristeza, pero sí aprender a valorarla bajo otros criterios por los que convertir la experiencia en un proceso constructivo, no destructivo.

La ética como objetivo

Las conclusiones del Encuentro Mente y Vida apuntan a una secularización de aspectos que hasta ahora no han terminado de echar raíces fuertes en Occidente: la espiritualidad debe ser entendida más allá de cualquier tipo de creencia, en términos de valores humanos: compasión, generosidad, solidaridad. Es lo que el Dalai Lama promueve en su Ética para el nuevo milenio. Tales son las bases que requiere un sistema que aspire a regirse por la ética y primar la humanidad como cualidad innegociable del homo sapiens.

De la misma forma, un materialismo científico mal entendido puede derivar en una estrechez de miras y un nihilismo que devalúan al ser humano y la vida en general, cosificando la realidad. Todo ello tiene sus efectos directos en la manera en que nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás:

La necesidad de relacionarme con esa fuerza poderosa de nuestro mundo se ha convertido también en una especie de mandato espiritual. La pregunta crucial –crucial para la supervivencia y el bienestar de nuestro mundo—es cómo invertir los maravillosos descubrimientos de la ciencia en algo que ofrezca servicios altruistas y compasivos a las necesidades de la humanidad y de los demás seres sensibles con quienes compartimos este planeta.

[…]

Existe, sin embargo, la suposición generalizada de que la ética solo es relevante en la aplicación de la ciencia, no en su mismo desarrollo. De acuerdo con este modelo, el científico como individuo y la comunidad científica en general ocupan una posición moralmente neutra, sin responsabilidad alguna de los resultados de sus descubrimientos. […] No podemos absolver al estamento científico ni a los científicos individuales de su contribución a la emergencia de una nueva realidad.

(Dalai Lama, El universo en un solo átomo)

Vínculo entre ética y ciencia que se muestra crucial para que los resultados sean realmente beneficiosos para la vida…

…y no sólo para los intereses de las grandes empresas e instituciones.

-Redes 50: “Meditación y aprendizaje”, TVE ( 20/12/09):

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-Redes 60: “La ciencia de la compasión”, TVE (16 y 19/05/10)

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