Algunos pensadores opinan que establecer un mapa completo del cerebro y su funcionamiento va a restar encanto y misterio a la existencia humana. En realidad, como bien sabemos, los nuevos descubrimientos científicos normalmente van generando nuevas preguntas y nuevos retos. Además, la neurocultura puede ayudar a racionalizar muchas de las actividades a las que otorgamos mayor importancia. Sin ir más lejos, podría ser fundamental para la ciencia del derecho del futuro: conociendo, con todas las garantías legales, si alguien está mintiendo o no ante un tribunal o si la persona que ha cometido un crimen sufre de algún mal neurológico que matice su responsabilidad. Todos estos planteamientos chocan con la idea de ética, con la protección del pensamiento más íntimo de las personas e incluso con el derecho de defensa. Pero poco a poco esto se irá integrando en nuestros sistemas legales salvaguardando las garantías más elementales, a pesar de que la administración de justicia tradicionalmente ha sido muy prudente y lenta a la hora de aplicar los avances científicos (como sucedió en su día con la prueba de ADN). También será un hecho revolucionario definir los mecanismos que nos hacen creer en un ser supremo, que Mora define como una parte erradicable de la naturaleza humana ("Yo confío en que los conocimientos futuros sobre el cerebro humano lleven a una religión con una nueva mirada y una nueva libertad y ello, a su vez, lleve a una religión que termine siendo lo que ya en mucha gente es, una actitud restringida al ámbito más absolutamente personal").
A pesar de todo, hay algo muy inquietante en esta nueva realidad. Cuando seamos capaces de dibujar un mapa completo del cerebro ¿podremos definir lo que es la normalidad mental?:
"(...) Esto nos empujará a redefinir lo que debemos entender por "normal" basándolo, esta vez, no tanto en la conducta y la psicología como sobre parámetros medibles y objetivos del funcionamiento del cerebro. Cuando ello se alcance, posiblemente con la disponibilidad de nuevas tecnologías de registro e imagen cerebral, ¿cómo vamos a operar socialmente ante toda esa amalgama de seres humanos "normales" o "anormales" que violan y deshumanizan lo humano? ¿Nueva medicina, nueva política, nueva jurisprudencia, nuevo derecho o nueva sociedad?"
Pensemos en lo que conlleva el desarrollo de esta nueva ciencia: se podrán a llegar a desarrollar fármacos que potencien ciertas cualidades de nuestro cerebro: la inteligencia, la memoria. Se podrán suprimir recuerdos dolorosos, borrar la timidez e incrementar las emociones más positivas, las que nos hacen triunfar socialmente. ¿Al final serán los más ricos los que tengan acceso a estos fármacos, diferenciándose para siempre del resto de los seres humanos? Cuestiones apasionantes que sólo pueden ser resueltas a través de una nueva ética que considere a la humanidad en su conjunto. Porque, por muy sofisticados que queramos llegar a ser, los instintos que hemos heredado de nuestros antepasados más primitivos siguen ahí, previniéndonos contra la diferencia, contra los miembros de tribus diferentes a la nuestra. Neurocultura debe significar actuar en favor de toda la raza humana, no la creación de nuevas diferencias que conlleven la creación de muros infranqueables entre los hombres privilegiados, que tienen acceso a los nuevos conocimientos y el resto. En cualquier caso, nuestros cerebros están programados para la vida en común, para la cooperación.