Wes Anderson, a qué estás esperando para filmar esto: pareja se conoce mientras estudian filosofía en la universidad. Él se llama Patrick Riley, ella, Alaina Moore, pero por su aspecto podrían llamarse Patrick Pitchfork y Alaina Coachella, y no cambiaría nada. Se enamoran, acaban la carrera, abandonan su Denver natal y comienzan un viaje en barco a través del Atlántico a modo de luna de miel, que durará unos ocho meses. Dos años después de aquello, el matrimonio publica en el sello el sello Carmen San Diego (¡!) un primer disco de encantador pop lo-fi que, bajo del título de “Cape Dory“, se presenta impregnado de las singulares experiencias vividas durante aquel periplo marinero. En fin, todo es tan hipster que da un poco de risa, pero por lo visto es verdad.
En 2012 se publicó la continuación del primer álbum, pero vamos a saltarnos aquel “Young & Old“, por aquello de poner toda nuestra atención en el disco que han sacado este año. El tercero, ya: parece mentira lo malo que puede llegar a ser uno pronosticando brevedades en la vidas artística de muchas bandas. Y no porque fueran malas, que no es el caso, sino porque todo esto tiene un regusto tan “flavour of the month” que uno no augura mucho recorrido más allá del imposible escollo del segundo álbum. Me equivoqué, una vez más, y me alegro.
“Ritual On Repeat” se publicó oficialmente en septiembre, y los créditos del disco evidencial lo muy lejos que estamos de presenciar la debacle de un grupo abandonado a su suerte. Hablamos de -por si alguno no se ha enterado aún- producción deluxe a cargo de un trío de altos vuelos, a saber: Patrick Carney (The Black Keys), Jim Eno (Spoon) y Richard Swift (The Shins). El primero de ellos ya había estado detrás de los botoncitos de “Young & Old”, mientras que Eno y Swift anduvieron trasteando en un EP que la rubísima pareja sacó en 2013, “Small Sound“. Cabezas bien amuebladas, por tanto para la destilación de un irresistible pop en el que la premeditación se camufla bajo la ligera envoltura de aires intrascendentes. Sí: este es otro de esos discos-para-una-banda-sonora-de-película-de-John-Hughes que tanto me gustan, en los que lo aparentemente banal no es ridiculizado por la rápida sentencia de la experiencia, y en la que la comedia y el drama de la inmadurez se toman, por igual, con la mayor seriedad del mundo.
“Never Work For Free” es mi canción favorita (la de todo el mundo, me atrevería a decir) de este último disco. En ella se subliman mejor que en ningún otra influencias ineludibles (la de Fleetwood Mac vía Haim sería una de ellas; la otra sería la de Cindy Lauper, de quien Alina Moore parece haber estudiado al milímetro los gloriosos uh-oh-ah sincopados del estribillo) y se evidencia que el pop azucarado pero -aparentemente- desfasado de los de Denver está más vigente que nunca. Atrás quedan el lo-fi y el homenaje sonoro al surf y las girl-bands de los 60: los Tennis estarán sonando este 2014 en el baile final de curso, justo después de la elección de los jóvenes rey y la reina de la noche.