Brasil está viviendo, a nivel selección, un momento de transición. Aquellas estrellas que siempre caracterizaron al Scratch, donde eran referencia en los principales equipos del mundo, hoy ya no están. A modo de prueba, repasemos los equipos más importantes de Europa. El Real Madrid tiene en sus filas a Kaká, pero no es utilizado por Mourinho como habitual titular. En el Barcelona, Dani Alves es referencia como lateral, aunque no fue citado para la Copa América. En el Manchester United ocurre algo similar. Quizás, la única excepción a la regla es la de Robinho que ha llevado al Milan al Scudetto.
Neymar es, actualmente, el jugador en el cual se depositan todas las esperanzas para llevar al plantel carioca a la “verdadera renovación”. El jóven de tan solo 19 años es considerado, y ya ha dado muestras claras, como la próxima estrella del fútbol mundial.
Ayer, en el estadio Pacaembú, Neymar y compañía llevaron al Santos a su tercera Copa libertadores. Al igual que en 1962 y 1963 con Pelé en cancha, y cómo se les había sido esquivo en la final de 2003 ante Boca, el equipo de San Pablo volvió a meterse en los primeros planos del fútbol continental.
El gol llegó en el arranque del segundo tiempo a partir de los pies de Neymar, y fue ampliado con una exquisita definición de zurda de Danilo. Estos dos nombres, más la calidad de Ganso (el Gio Moreno brasileño), fueron demasiado para la tosquedad de un Peñarol que, al igual que en toda la competencia, fue más garra que juego.
Igualmente, Peñarol fue un rival digno. Dignísimo. Que también pudo revalidar cierta parte de su historia y meterse nuevamente en una final de esta magnitud. El descuento sobre el cierre del partido lo puso a tiro de la gloria, pero no alcanzó.
Es sensacional lo que se transmite en una final de Copa. La Libertadores es un torneo estupendo; quizás sin tanto brillo pero con una carga emocional sin igual; donde los partidos son a matar o morir. El partido de ayer no fue una excepción.
Y sin tangana, no sería noche redonda de Copa Libertadores: