Una parte del cine francés siempre ha mirado hacia atrás, hacia su mítico pasado, repleto de directores rompedores y formas narrativas al margen del circuito habitual, y que, a pesar de todo, conseguían sus seguidores. Quizás algunos de los más re-inventados o re-apropiados sean los dos célebres Jacques. Jacques Taty con su magia muda de comunicación total y Jacques Demy, el padre putativo de Almodóvar por la utilización del color en la pantalla, que el Festival de San Sebastián 2011 tiene el buen gusto e inteligencia de dedicarle una retrospectiva que dará, por fin, a conocer la totalidad de sus logros narrativos y hallazgos visuales.
Y de estos dos grandes del cine internacional se ha inspirado Pascal Rabaté en su segunda sorprendente realización. Un film íntegramente mudo, salvo una música más gamberra que una visita de Lady Gaga al Vaticano y algunos sonidos ambientales elegidos a la perfección.
Una sencilla historia de un fin de semana en la costa atlántica. El sol no está asegurado, la playa está medio vacía y, además, no se trata del último lugar de moda sino de una pequeña ciudad que conoció un cierto éxito en el pasado, y goza de una excelente decadencia en el presente. Allí se cruzarán distintos personajes, reflejo de la inmensa mayoría de nosotros, que no disponen de yates ni de dos coches para ir a la peluquería y se conforman con lo que tienen.
Dos jubilados que se instalan en su casa de verano, crisis obliga, de unos 6 metros cuadrados y que supera en ingeniosidad a cualquier artilugio de James Bond. Una pareja de punks que optan por dormir al aire libre no sin antes diseñar su casita sobre la arena de la playa. Los vecinos del camping y sus rituales de desayuno, aperitivo, comida, aperitivo, cena. Dos parejas que persiguen una cometa con los excelentes María de Medeiros y Jacques Gamblin. O la cita sexual de un representante de paraguas con su dominadora sadomasoquista en un hotel de “encanto”, entre muchos otros.
Pascal Rabaté ha logrado infundir tanta ternura, humor, maestría y sensibilidad a sus personajes que los espectadores ríen, se emocionan y disfrutan sin cesar de una propuesta inhabitual. No por ello ha impedido que obtenga varias recompensas en festivales internacionales, como el premio al mejor director en Karlovy Vary 2011. Y es que aunque los inversores desestabilizadores se empeñen en ello o las bolsas mundiales no dejen de ser un espectáculo bochornoso de especulación, siempre habrá algunos sentimientos y sensaciones que jamás estarán ni en venta ni en alquiler.