"La muerte como única certeza, me muero, la muerte entendida de pronto como el hecho definitivo de dejar de ser nombrada por alguien. La muerte cerrando con llave por última vez su armario de madera noble, lleno de vestidos de baile que no estrenaría".
Desde que el mundo es mundo, desde que sobre la faz de ese mundo campan seres vivos, desde que algunos de esos seres tienen la capacidad de hacerse preguntas la muerte, tal y como señala Patricia Esteban Erlés en su cuento El buen dormir, es la única certeza.
Desde que el hombre es hombre, desde que surgió el lenguaje los humanos nos hemos contado historias. Primero a través de la narración oral; tras la aparición de la escritura, con el negro sobre blanco.
Así, generación tras generación, muchas de esas historias se han ido transmitiendo y han terminado por formar parte de la cultura popular. Son historias de reinos, príncipes y princesas; de héroes y villanos; de monstruos, ogros y brujas. Si bien, si pudiéramos leer detrás del cuento, si pudiéramos atisbar la historia o las historias reales que lo inspiraron, tal vez no daríamos crédito a estas; quizás las rechazáramos como ciertas por no coincidir con los códigos que tan arraigados están en nuestro acervo cultural; pudiera ser que, si por ejemplo nos encontráramos con la bruja de Ni aquí ni en ningún otro lugar, dudáramos de su comportamiento y pensáramos que habíamos sido presa de alguno de sus embrujos. Nos diríamos, como nos cuenta que se dice a sí misma la narradora de ese cuento: "No debe de ser verdad que la bruja que era como un viejo árbol reseco aguardaba mi llegada, plantada en el centro de la oscuridad de su guarida. Tampoco que me miró con piedad inesperada desde el fondo del nido hueco de su ojo izquierdo y me escuchó sin esbozar una sonrisa maligna, sin soltar una carcajada chirriante para hacernos comprender a todos que ella era la mala principal de este cuento". Y es que quién podría esperar de una bruja ni el más mínimo atisbo de compasión.
Precisamente a una bruja recuerda la protagonista de La vieja, cuento que pone el pistoletazo de salida a este libro que os traigo hoy. Poca compasión tiene esa vieja ante sus oyentes y ante nosotros, los lectores. La vieja se sabe solo un cuento, pero ese cuento es el mejor de todos. Por eso esa vieja se recrea en recordarlo, en repasar sus detalles. Se congratula de solo conocerlo ella y por ello se siente especial. Guarda con celo su secreto y su renuencia a compartirlo le provoca una felicidad malsana.
Me pregunto si ese cuento que la vieja no me cuenta contiene todos los cuentos o si acaso todos los cuentos no son sino el mismo cuento que se retuerce una y otra vez. Me pregunto si esa mujer de espíritu añejo que es Patricia Esteban Erlés custodia ese cuento madre de todos los cuentos, aunque eso sí, ella no sonríe maléfica, ella es bruja buena que se apiada de mí y me cuenta un cuento y otro y otro. Oh, no, no os penséis que es como una manantial del cual brotan incesantemente palabras. Ella es más bien un oráculo.
Los cuentos de esta selección (exquisita edición ilustrada, por cierto, que se ha marcado la editorial ay en sus historias una mezcla entre sabor clásico y realidad contemporánea, una fusión entre lo añejo y lo nuevo que funciona admirablemente bien". Esa mezcla marca de la casa está presente en ambos volúmenes, sin embargo, en Páginas de Espuma) son muy diferentes a los que me encontré en Manderley y otros cuentos, el hasta ahora único libro de la escritora zaragozana que había leído. En ambos libros, sin embargo, se detecta pronto la impecable cuentista que es esta autora. Además, en mi reseña sobre Manderley... señalé precisamente que -y me cito a mí misma- "h Manderley pesan más esas realidades contemporáneas mientras que en Ni aquí ni en otro lugar el sabor clásico se retrotrae a esos cuentos de la infancia por todos conocidos. No obstante la diferencia entre ambos libros, cuentos contenidos en Manderley tales como Celebración, aunque de ambientación contemporánea, ya me habían traído ese sabor a cuento clásico, así como en otros como Me puedo hacer verdad ya están palpables la angustia y el miedo que provocan el paso del tiempo y que en el volumen que nos ocupa está presente en cuentos como, por ejemplo, Espejismo.
"Pero ese día ocurrió algo ciertamente inusual: el espejo no contestó. La reina parpadeó, asombrada y un tanto molesta al darse de bruces con un vacío irrespetuoso, con ese silencio empecinado. Haciendo gala de su proverbial benevolencia, se acercó un poco más, creyendo al principio que el espejo se hallaba aún algo adormilado. No sirvió de nada. El vidrio tan puntual todas las otras veces seguía obstinado en una anómala quietud y solo halló un perturbador desierto grisáceo en su interior. La reina no podía creerlo, a punto estaba de llamar al consejero más sabio del reino para pedirle una explicación, cuando desde el otro lado del óvalo de estaño le llegó el rumor sombrío de un viento desolado, un viento aullido que le hizo recordar la mañana del funeral de su padre, tan lejana ya que la creía enterrada en el fondo de su alma. Y aquella corriente de aire luctuoso trajo también el silencio sepulcral, la luz blanca y cegadora de la nevasca que les impedía llorar a ella y sus hermanas, que helaba, conforme iba cayendo cada lágrima, el llanto de la reina viuda, convirtiéndolo en finas aristas de hielo. Es el mismo viento, se dijo,que agitó los velos negros, nuestros cabellos, el que acompaña a la muerte como un lacayo , se dijo, estremecida, un segundo antes de desmayarse en brazos de su doncella, al comprender que su espejo le estaba mostrando el mundo sin ella, la ausencia y el silencio obstinado de los muertos, de las cosas y los lugares que ya no recuerdan a aquellos que fueron sus dueños. Un mundo en el que el rey buscaría más pronto que tarde otra esposa de cabellos negros y lustrosos, en el que sus hijos, todavía infantes, irían olvidando de día en día su rostro y su voz, como si ella fuera un sueño que tuvieron, alguna vez".
En Ni aquí ni en ningún otro lugar también podemos encontrar algunos cuentos de ambientación contemporánea. Uno de ellos es El ogro, mi favorito de este libro. El ogro de esta historia es mucho más difícil de identificar que el de los cuentos que todos tenemos en nuestra cabeza. Y es que en la vida real los ogros viven agazapados entre nosotros, a veces son los que menos lo aparentan y si nos asaltan las dudas o si alguien nos lo hace ver no damos crédito y negamos la evidencia, pues ¿cómo puede ser que no nos hayamos dado cuenta? "¿Cómo, cómo pudo esconder su verdadera naturaleza alguien así? ¿Acaso sabíamos ya quién era y le teníamos miedo?" Otros dos cuentos contemporáneos, así como dos historias muy duras que leo con el corazón encogido, son Neverland, cuento habitado (cómo no) por dos niños perdidos, y el hermosísimo Madre.
El príncipe y El monstruo, sin embargo, retoman la ambientación y los códigos de los cuentos clásicos pero para traernos dos historias nuevas, la primera sobre el duelo de unos padres y la segunda sobre la soledad a la que conduce la estigmatización. Es el rey de ese segundo cuento quien, al observar al monstruo con el que pretende obsequiar a su amada hija, no puede evitar asombrarse y que algo se perturbe en su interior. "Casi es un semejante, se dijo, al contemplar el fondo de esas pupilas castañas, azotadas por un brillo inteligente, no es un prodigio, solo un pobre ser atrapado en un cuerpo equivocado, que está pensando justo lo mismo que pienso yo de él. Casi eres mi semejante ".
En Primer día y en el ya mencionado El buen dormir Esteban Erlés recurre a dos archiconocidos cuentos clásicos para contárnoslos como nunca nos los habían contado. Ni el primero de ellos está protagonizado por dos guapos niños ni la princesa del segundo despierta feliz de su encantamiento.
En esa misma línea de rasgar las manoseadas páginas de los cuentos clásicos para ver más allá de lo que damos por sentado está Ni aquí ni en ningún otro lugar, cuento que presta el título al libro que lo contiene y que supone un magnífico broche final para el mismo. En este cuento la protagonista no es la acostumbrada bella princesa, sino que es narrado por su feúcha hermanastra. Nos brinda así la autora la oportunidad de observar bajo otro prisma a ciertos personajes tipo, pues en las historias que todos conocemos a ellas -las hermanastras- y a sus madres -las madrastras- nadie les presta atención, nadie espera nada de ellas sino que desempeñen su papel de malas del cuento. Y es que "ellas encarnan el mal que nos acecha. Sobre eso intentan prevenirnos desde la infancia los cuentos antiguos". De lo que no advierten ninguno de esos cuentos, en cambio, es de la injusticia que a algunos personajes se les inflige ni de ese otro mal que reciben que no hace sino sembrar en ellos más mal. A ningún cuento se le ocurriría convertir a la madrastra o a la hermanastra en protagonista, es más, ninguno de ellos osaría presentarlas como las heroínas que a veces son.
"No hubo felicidad ni esperanza en el ramo de flores teñidas de luto que crujían entre las manos de la segunda reina, camino del altar. A mi madre se le clavaba la corona en la frente y los diamantes negros le arañaban la piel cada vez que giraba la cabeza, cada vez que respiraba. No lloréis, estúpida, le ordenaba la esposa de rey que era ahora a la doncella temerosa de la noche de bodas, a la joven herida por aquella joya hecha de gatos furiosos, no lloréis, se repetía mientras Andra la hermosa correteaba durante el banquete, vestida con su trajecito de hada, dejando tras de sí una estela de gasa blanca y purpurina plateada que lastimaba los ojos de mi madre. Y ella, que había sido condenada al negro desde el momento en que se anunció el compromiso, odió la luz blanca que desprendía aquella reina en miniatura que la derrotaba cada vez que derramaba su risa por corredores y galerías, cada vez que oía su voz infantil entonar una cancioncilla de amor sin que nadie le ordenase guardar el silencio de hierro, la misma tristeza venenosa a la que todos los demás, incluida ella, la segunda reina, debían someterse.
Y como suele ocurrir con las mujeres que se sienten intrusas en el alma de alguien en cualquiera de los cuentos que ya conocéis, mi madre prefirió escuchar las voces que le hablaban solo a ella cuando se recluía en su alcoba, que la perseguían donde quiera que fuera y parecían susurrarle desde los retratos de reyes y reinas muertos hacía mucho".
Los cuentos que siempre nos han contado advierten de muchos peligros, pero no dejan de ser una muestra de que, como he podido leer en Gigantes, enanos, "el mundo de cada uno es, al fin y al cabo, tan pequeño como una cáscara de nuez". Obvian, por centrarse en lo que afecta a esa cáscara, lo que ocurre más allá de ese micro universo. Ignoran que quien desprecia a un enano no es sino lo mismo a ojos de un gigante y que este le despachará sin contemplación a la menor ocasión. Los cuentos que nos narra Patricia Esteban Erlés, sin embargo, abren la cáscara y desprenden a las nueces de las etiquetas que las han acompañado durante siglos.
Algo que me ha gustado mucho de varios de estos cuentos es cómo la autora desgrana cómo opera la mezquindad y cómo se alía y bebe de la injusticia, así como cómo pone el foco sobre las diferencias y las analogías que a su vez se dan entre diferentes estratos sociales. Así lo hace en el recién mencionado Gigantes, enanos o en Sacrificio, en el que asisto al innato lamento que todos llevamos dentro al leer lo siguiente: "La cría indefensa aúlla en cuanto descubre que puede quejarse, como si ya supiera. Parece que sepan. Todos deberían oír ese primer dolor que es la vida, compadecerse de él". También he de destacar la versatilidad de la cuentista en cuanto a recursos narrativos se refiere y la originalidad que imprime a varios de los cuentos reunidos en este volumen. La riqueza de lenguaje y de vocabulario juegan sin duda a favor de obra y contribuyen al asegurado deleite del lector que decide sumergirse en estas páginas.
No faltan en este libro algunos cuentos curiosos como el brevísimo Dos princesas, la recreación de una leyenda de una población francesa que la autora nos regala en Los gatos de Angeline, el descubrimiento en Funeral de Hadas por parte de estas mágicas criaturas de que no son inmunes a la mortalidad o el cuento abandonado por su narrador que es El cuento desierto.
"[...] porque la muerte quiso llegar a palacio como desierto terrible", leo en Ni aquí ni en ningún otro lugar. Y es que, si en el último de los cuentos que he mencionado en el párrafo anterior es el irresponsable narrador que abandona el cuento el que deja la narración desierta, es la muerte la que, a lo largo de las páginas de este libro, no deja más que desierto a su paso. Esa misma "muerte, esta es la primera gran verdad que os diré" (que nos dirá la narradora de Ni aquí...), que "no puede llevárselo todo. Por eso guarda su rencor y lo alimenta con tiempo, por eso siempre vuelve a por más, al cabo de los años". Bien sabe de ese regreso, de esa carencia de olvido y de perdón y de esa sentencia que siempre se cumple la protagonista de Madre.
Con la muerte he empezado esta reseña y con la muerte quiero terminarla. No es este, sin embargo, un libro siniestro ni fúnebre. No es un libro sobre la muerte ni sobre muertos. Pero no he podido evitar sentirla o adivinarla por doquier en sus páginas. Me pregunto si los cuentos clásicos de lo que en realidad pretenden advertir es del inapelable encuentro con "la solitaria mujer de la guadaña", tal y como se la nombra en Los gatos de Angeline. Me respondo que tal vez los cuentos se transmiten como un infructuoso, estéril e ingenuo conjuro ante la muerte. Y es que la muerte se sabe vencedora. Nos burla y acaso sea su eco el que asoma en esa maléfica risa que asociamos a la bruja del cuento. Por mi parte, el único conjuro que haré será porque la bruja buena que es la escritora aragonesa vuelva a ejercer sobre mí el encantamiento de sus cuentos, pues Ni aquí ni en ningún otro lugar no ha hecho sino ratificar mi impresión de que el lugar donde la realidad se mira en el espejo mágico del cuento existe y tiene nombre propio y apellidos. Ese lugar, por si no lo conocéis, se llama Patricia Esteban Erlés.
Ilustradora: Alejandra Acosta
Editorial: Páginas de Espuma
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