Ni mu de Nemo (Tusquets Editores, 2016). Una de las mejores novelas que leí el año pasado y de la que, sin embargo, nada dije. Nada escribí.Ni el pasado año ni este. Hasta ahora. Un texto excepcional. Me pregunto por qué leí de manera tan impredecible esta novela de un escritor que admiro. Es extraño. No de un tirón, no; a tirones, como cuando se te iba a calar el coche. Y se calaba. Y tenías que volver a arrancarlo. Ni siquiera a trancos como leen tantos. Porque podría haberla leído a trozos. Y es que sus 285 páginas están divididas en ciento treinta y una secuencias. 131 es capicúa y anilina; y esto le gusta mucho al autor de Nemo. Trozo a trozo queda entera. Como finalmente la leí, a trozos y muy tarde. Tardé mucho. No sé por qué; porque yo leo muy bien todo lo de Gonzalo Hidalgo. Bayal. Vamos, que siempre me encuentro muy a gusto y me cuesta mucho cerrar el libro incluso ante una necesidad imperativa. «Todo se confabula en ocasiones contra los propósitos», o algo parecido, me ha parecido leer en esta novela, y algún misterio se me habrá colado por el balcón que alumbra mis lecturas ya que tanto silencio ha resultado ser copulativo del silencio de Nemo personaje y adversativo de la facundia de Nemo novela. Una novela excepcional con la que uno aprende mucho y entiende poco. Porque si no, no me explico cómo he podido estar sin decir nada todo este tiempo. Deberá ser lo que dice el lema de Sófocles que encabeza este libro: «que en lo que entiendo mal callarme suelo». Y al suelo acaba de caer una octavilla de Natalia Gil, jefa de prensa de la editorial Tusquets, que acompaña el envío de mi ejemplar, recibido —nótese— el 22 de enero de 2016 —para que quede constancia de la dilación— en la que yo vi una quintilla de eneasílabos y octosílabos —cuánto gustan a Gonzalo estas métricas diabluras— que vendría a decir «Por deseo expreso del autor / un ejemplar de su libro / le hacemos llegar./ Y aprovecho la ocasión / para darle un saludo cordial». Hasta ahora no acuso recibo.