Con un solo vistazo al cartel, se puede intuir que el principal reclamo para los espectadores de esta película es el protagonismo de Marilyn Monroe. Pero Niágara es mucho más. Funciona perfectamente como una sórdida obra de cine negro cuyo espectacular escenario se integra perfectamente en la acción. Destaca en la misma el contraste entre las dos parejas protagonistas: la que conforman Marilyn Monroe y Joseph Cotten, sumida en una espiral autodestructiva y la recientemente casada, un modelo de armonía que refleja perfectamente el american way of life. Como bien dice la voz en off al principio de la película, tal y como las cataratas surgen de aguas tranquilas que después se precipitan violentamente por un acantilado, así la acción de Niágara va haciéndose más tensa y sórdida a los ojos del espectador. El papel de Marilyn Monroe es muy diferente al que estamos acostumbrados. Aunque al principio parece la misma rubia ingenua, en realidad en su cabeza anidan planes muy siniestros, aunque solo podamos intuir el verdadero origen de los mismos. La última escena, la del barco precipitándose hacia las cataratas, es un prodigio técnico para la época. Película con los tiempos muy bien medidas, la obra de Henry Hathaway sigue siendo muy estimulante para el espectador actual.