Nick Cave: he’s a god, he’s a man, he’s a ghost, he’s a guru.

Publicado el 23 mayo 2015 por Halo_di @halo_di

La primera vez que vi a Nick Cave (y a sus malas semillas) fue en la gira del Abattoir Blues/The Lyre of Orpheus, en 2004. Y no precisamente en mi ciudad de residencia, Madrid: me escapé en un viaje relámpago a Lausanne, Suiza, con mi ex y su actual. Creo que esa atípica situación dice mucho sobre cuánto me gusta el amigo Nicolás (como diría Jaime Lannister, las cosas que una hace por amor…). Desde entonces he tenido el placer de verle dos veces más con el formato Nick Cave & The Bad Seeds, una como Grinderman, y esta última, anunciada como un solo tour, pero en la que ha contado con el apoyo de algunos de sus compañeros de fechorías habituales: un Warren Ellis más plácido que de costumbre, sentado en una sillita como de colegio tocando violín, guitarra, acordeón y percusiones (bendito martillito en Red Right Hand), Martyn Casey al potente bajo y Thomas Wydler, elegantísimo a la batería. Sin embargo, Barry Adamson, al contrario de lo que todos los medios han publicado, no hizo acto de presencia: su sustituto a los teclados fue Larry Mullins, a.k.a. Toby Dammit, que cuenta en su haber colaboraciones con Iggy & The Stooges, Lydia Lunch o Swans, entre muchos otros. 

 
Con la seguridad que dan las entradas agotadas hacía meses, los años de experiencia y un pelazo que (lo siento Nick) en los últimos conciertos no gastaba (insertar aquí anuncio de implantes capilares), el australiano salió tranquilo al auditorio del Palacio Municipal de Congresos de Madrid. Duró la calma tres temas, hasta que empezó Higgs Boson Blues y un grupo de muchachas saltó de sus butacas y se abalanzó hacia el cantante. A ese inicial grupo de groupies, que le acompañaría entre las primeras filas fielmente durante todo el concierto, con movimientos sensuales casi coreografiados como si de vampiras cachondonas del séquito de Drácula se trataran, le siguió medio auditorio que vio en ese gesto su oportunidad de acercarse y tocar embelesados al predicador, de ser testigos de primera mano de la arenga hipnótica, casi mística, que Nicolás dirigía entre saltos y aspavientos a lo Chiquito de la Calzada protagonizando una escena onírica de Twin Peaks. 
  
No quiero engañar a nadie: al principio me sentó a cuerno quemado. Una se gasta los cuartos en un concierto supuestamente más íntimo y especial (por lo que habíamos pagado supuse que, al terminar, el caballero bajaría a besarnos en la boca a todos y cada uno de los asistentes) y se encuentra con una estampida hacia delante del público y una actuación al uso que, salvo por la duración y las versiones a piano de The Mercy Seat y The Weeping Song, no se diferenciaba mucho de lo que ya había visto anteriormente. Pero tampoco voy a negar que, pasadas unas canciones, la abuela gruñona que vive en mí y que tenía unas ganas horrorosas de montar un pollo, cercenar cabezas (delante mía se plantó un pelocho de 1,95 que me quitaba bastante visión) y poner una reclamación, se ablandó al ver que el cabrón de Nick estaba en su salsa, incitando a la gente y atrayéndoles con sus profundos cantos de sirena a su territorio. Ay, cómo provocaba el jodío… Qué carajo, era su concierto y se lo podía follar como quisiera. Bueno, eso y que Into My Arms me pone un poco tonta y después de escucharla me terminé de reconciliar con el mundo y pude volver a disfrutar como la fan fatal de Nicolás que soy.

Lo que sí que me sorprendió fue toparme con un Nick Cave más cercano, risueño y relajado (¿sería por el pelazo nuevo?). Atrás quedaron las reprimendas a la primera fila de otros conciertos, con el predicador señalándote con su dedo amenazador en cada canción (servidora tuvo la suerte en su día de escuchar Deanna y ser abroncada mientras lo hacía). Ayer, entre tema y tema, tiraba las partituras como si fuera Mayra Gómez Kemp en el ‘Un, dos, tres’. Y con cada lanzamiento te quedabas con la sensación de que te habías llevado el coche o el apartamento en La Manga del Mar Menor. A las peticiones del público respondía con risas y, cuando alguien gritó engorilado “No Pussy Blues“, se giró y comentó sonriendo que “no era demasiado buena y que ese era el concierto de un Nick Cave menos agresivo” (que no menos intenso, como bien demostró con temarracos como Tupelo, en el que saltó por encima de las butacas y yo maldecí que el cable de su micrófono no fuera lo suficientemente largo, o From Her To Eternity). Y corroborando esa afirmación, en el repertorio coló cuatro clásicos del maravilloso The Boatman’s Call: Into My Arms, West Country Girl, Black Hair y People Ain’t no Good, aunque se dejó por el camino Brompton Oratory (que sí había tocado el día anterior en Barcelona). 

“Can you feel my heartbeat?” nos repetía incansable en Higgs Boson Blues. Y lo hicimos. Joder si lo hicimos.


Archivado en: Música Tagged: Barry Adamson, concierto, Grinderman, Larry Mullins, Madrid, Martyn Casey, Nick Cave, Nick Cave & The Bad Seeds, Palacio Municipal de Congresos de Madrid, Thomas Wydler, Toby Dammit, Warren Ellis