Nicolas, emperador de chile

Por Francescbon @francescbon

Para tener veintipocos años Nicolas Jaar ya ha cosechado fama y prestigio. Lástima que sea en este mundo en recesión sin fín y en un género tan maltratado como la música a la que la etiqueta de electrónica acaba representando un estigma. Es decir: cuando escribo estas líneas ya sé de muchos que dejarán de leer no en menosprecio a cualquier valor literario que, de forma exagerada, pueda atribuirse a este texto, sino porque, sin cometer una mala apreciación, entenderán que cuando se usa la forma del ensayo para ensalzar algo, una de las primeras condiciones impuestas por el futuro lector será un mínimo interés, por incipiente que este sea,  hacia el tema del cual va a versar el texto; así que no voy a pensar que muchos lleguen hasta este punto si no tienen una cierta filia. Por lo que, de ahora en adelante, el texto se nutrirá básicamente de cierta jerga y cierta palabrería que, lo siento en el alma, aquellos que hagan bandera de su profanidad en ciertos conocimientos musicales, encontrarán extraña cuando no abiertamente incomprensible.Un inciso previo. Este post aislado coincide en el tiempo con mi lectura (en este justo momento ando sobre la página 62, cuando acabamos de saber que Hal Incadenza alterna sus elevados niveles académicos y deportivos con el consumo de estupefacientes, y que su madre ha enviudado en el curso de los últimos cuatro años), de La Broma Infinita, buque insignia de la obra de David Foster Wallace, más de 1.100 páginas que, como siempre, afectan a mi modo de escribir (otorgarle el apelativo de estilo sería petulante) y experiencia de la cual barrunto la posibilidad, ante la certeza de que la cosa va a ser larga y seguramente difícil, de llevar una especie de bitácora del puro hecho de la lectura. Mi decisión al respecto será muy sencilla de averiguar en el curso de los próximos días.Volvamos; pues Nicolas Jaar es de origen chileno y usamericano. Una mezcla a la que la democracia creativa que internet trajo de la mano debería más o menos tenernos acostumbrados. A pesar de eso, intuyo que en el momento en que su triunfo se ha generalizado (ese triunfo, insisto, modesto y de corto alcance) se ha decantado más por andar por NY, quizás relegando las estancias en Chile (que ignoro si las hay, pero es que he dejado de ser tan fanático de los músicos como para andar en búsquedas de donde tienen establecida su residencia) a épocas de mayor introspección o, vaya usted a saber, etapas en que uno debe alejarse de los focos y la fama y las multitudes para entregarse a, erm, el proceso creativo.Jaar entregó, hace un par de años, un disco esplendoroso que tituló Space is only noise y al cual puso una de esas portadas espartanas en blanco y negro. De hecho le presté tan poca atención, mal hecho, a la portada, que al ir a buscarla, justo ahora me doy cuenta de que la foto reproduce un cochecito con un bebé durmiendo. Hace cinco minutos la forma en la esquina superior izquierda hubiera jurado que era un perro, o algo así. De hecho desde lejos me lo parecía. Vaya, este post ya me ha sido útil. El contenido de Space is only noise a mí me pareció, a priori, que debía ser otro de esos difíciles ejercicios de la onda de los músicos del neoclasicismo electrónico como Johann Johannson o Tim Hecker o Andy Stott. Pero no: se trataba de algo a la vez más orgánico y a la vez sin tanta querencia por la textura como por el contenido musical. Ese disco me pareció, me parece, uno de los discos más innovadores en muchos años, cuando esa innovación consistía en, simplemente, incorporar elementos poco habituales. La guitarra con twang o el saxo. 

Y frente a la difícil puesta en escena de un disco asi, donde la secuencia es fundamental para que el oyente no se encuentre con una hora seguida en el mismo tono, Jaar demostró su sentido musical incorporando voces, incorporando ritmos muy cercanos al dub (el video anterior es un ejemplo, aparte de tenderme un puente de oro para explicar la cuestión relativa a la portada). Esa es una cuestión clave, incluso en estos tiempos donde acceder a una canción determinada está solo a unos pocos clicks. La secuencia del disco era de una ayuda enorme, era esa secuencia donde necesitas oir la canción de ese momento tanto como que la siguiente empiece. Bien: el mundo respondió a Jaar y la acogida fue favorable. De hecho, y voy a establecer una afirmación que muchos tildarán de pretenciosa, consiguió uno de esos hitos que objetivamente ejemplifican el éxito: los del festival Sónar se fijaron en él. No es un farol: si algo han conseguido estos tipos es desarrollar un olfato hacia lo que interesa. Pueden haberse dado el trastazo y haber apostado por hypes, pero os digo yo que si pusieron el ojo en Jaar es por algo. Y la sesión para el Sónar lo demostró. Aportando material inédito, tomando el micrófono para sus fraseos ligeramente nickcavianos, acompañado de músicos orgánicos.

Ahora voy a reconocer cierta injusticia: Jaar se ha aliado con otro músico para publicar nuevo material bajo el nombre de Darkside: el disco se llama Psyche y yo seguramente me arrepienta en un futuro no muy lejano de no haber retenido el nombre de ese músico, pero como resulta que mi entusiasmo ahora es por Jaar, he decidido que nada puede ensombrecer su figura. Pues el disco de Darkside suena tanto a Jaar que me parece simplemente otro disco de Jaar. Vuelve a ser un disco excelente y vuelve a ponerlo difícil a la hora de definirlo. Es como si (aquí voy a ponerme algo técnico) los primeros ritmos del trip hop se hubieran congelado y se hubiese evitado la reiteración en ciertas bases sobreexploradas y sobreexplotadas, como si se hubiese decidido mezclar los estilos de una forma más decidida e inspirada. Jaar empieza a recordarme a cierto otro músico que viró desde la escena electrónica a sonidos más físicos (el gran David Holmes) y me lo recuerda porque parece tener muy claro que su formación y su progresión musical le deben tanto a las máquinas como a las colecciones de discos como a las bandas sonoras de músicos como Carter Burwell o Cliff Martínez. 

Para completar este panorama idílico y para finalizar este deslabazado post en el que se han notado en exceso dos circunstancias (a saber, el tiempo que hacía que no me empleaba aquí y la influencia de la lectura de DFW), rematar mencionando la sesión que los dos músicos se marcaron para la web de Boiler Room. Recomiendo (ya lo hice por Twitter a raíz de la sesión del gran Jamie XX) a todo el mundo que se dé de vez en cuando un paseo por la web de Boiler Room. Aparte de ver a grandes DJs en su salsa, los tracklist son un caramelo para cualquier interesado en el eclecticismo, sirva éste para llegar a la pista o no.

Y una nota de salida: ya que este post ha sido el producto de dos o tres ratos que me he sentado ante el teclado (como siempre, a lo bruto, sin edición, sin depuración de estilo, con el único listón mínimo de evitar faltas de ortografía y faltas básicas de expresión), por lo que sí: he decidido retransmitir esa lectura de DFW. Pues no soy capaz de esperar esas semanas hasta explicar qué me parece un libro, y porque soy consciente de que no es un libro normal de más de 1000 páginas. Sí: hay libros normales de más de 1000 páginas. Pero el de DFW sabía, desde la primera, que no iba a serlo.