Es famosa la definición de Unamuno como nivola, un término que utilizará uno de los personajes, amigo de Augusto, para delimitar las características de la narración que está escribiendo:
"- Pues mira, un día de estos que no sabía bien qué hacer, pero sentía ansia de hacer algo, una comezón muy íntima, un escarbajeo de la fantasía, me dije: "voy a escribir una novela, pero voy a escribirla como se vive, sin saber lo que vendrá." Me senté, cojí unas cuartillas y empecé lo primero que se me ocurrió, sin saber lo que seguiría, sin plan alguno. Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen, sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a las veces su carácter será el de no tenerlo."
En la historia de Augusto Pérez Unamuno va colocando algunas de obsesiones que al final derivan en la eterna cuestión de la existencia, al modo de Calderón de la Barca en La vida es sueño. Si bien Unamuno es el dios de su personaje y puede condenarlo a muerte sin remordimiento alguno, puede que él mismo esté en una situación similar, puede que sus acciones estén también regidas por los designios de un dios caprichoso e insensible. No obstante, Augusto se siente vivo, tal y como lo hemos sentido nosotros como lectores y lanza un grito desesperado en el que implica también a quienes están leyendo la novela:
"(...) No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme ¿conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió...! ¡ Dios dejará de soñarle! ¡Se morírá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos, sin quedar uno! ¡Ente de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted mi creador, mi don Miguel, no es más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima..."
El final de Niebla es memorable, con la reflexiones de Orfeo, el perro del protagonista, que ha sido también su confidente. Se trata del único ser que puede juzgar con total honestidad las acciones de su amo y, por extensión, las de los demás hombres, calificándolos de animales extraños. El hombre, para Orfeo, está siempre con la mente en otra parte y solo se reconoce a sí mismo cuando se deja arrastrar por sus pasiones: cuando su comportamiento es irracional, son las razones de su auténtica esencia las que fluyen por sus venas.