Nietzsche como precursor

Publicado el 07 enero 2016 por Hugo
o leyendo al filósofo literalmente 
Más allá o más acá del Nietzsche esteta (a pesar de que él mismo afirmase que "falta el filósofo que describe la acción, no solo el que la poetiza") y del Nietzsche ateo que la posmodernidad ha preferido mostrarnos (cautiva, como está, de la norma no escrita de que toda filosofía occidental es esencialmente buena aunque se demuestre lo contrario, siendo mejor, en mi opinión, esta otra: toda filosofía es conservadora y responsable de algo hasta que se demuestre lo contrario), esto es, un Nietzsche especialmente difuso, metafórico, metafísico, ahistórico, despolitizado, seleccionado y rumiado hasta tornarlo irreconocible (como, por otra parte, también ocurre en religión), es preciso insistir en que el Nietzsche político, acaso el Nietzsche más terrenal y representativo de todos, precede cronológica, geográfica e ideológicamente al fascismo alemán.
Esto que debería ser una verdad evidente desde hace tiempo, por alguna razón (relacionada tal vez con el gremialismo, el esnobismo y el etnocentrismo) no lo es para la mayor parte de la opinión pública occidental, ni siquiera para aquellas personas que el propio Nietzsche detestaba: cristianas, demócratas, socialistas, anarquistas, intelectuales, bohemias... ¡Hasta sus prologuistas y mejores lectores, como Bataille, hacen auténticas cabriolas con tal de disculpar al maestro, culpando a su hermana Elisabeth de haber malentendido y nazificado su obra póstumamente! Cuando menos sorprende el contraste que existe entre el miedo que genera el libro de Hitler (1925) por un lado y, por el otro, la veneración y la desresponsabilización intelectual con la que es acogida generalmente la obra del filósofo del martillo.
En otras palabras, Nietzsche y nazismo no pueden entenderse por separado (que no es lo mismo que decir que sean lo mismo, como la propia lógica de la frase indica), por más que sean muchas las cosas y los autores que también podemos relacionar causalmente con el fascismo europeo (en este sentido, hay quien no dudaría en afirmar que la propia Ilustración, el darwinismo, que no la biología, la Revolución Industrial y la idea de progreso guardan también cierta vinculación, ¿o es que nos hemos vuelto tan optimistas, como quería Nietzsche, que no creemos ya en la herencia del pasado y demás cantinelas pesimistas? Al menos en una cosa tenía razón el alemán: en historia, "todas las cosas largas son difíciles de ver, difíciles de abarcar con la mirada"). ¿Es posible "una crisis hitleriana en el siglo XXI"? Sí, responde Carl Amery. Tanto más probable cuanto menos logremos averiguar y desactivar sus causas. Todas, materiales y no materiales. 
Todavía han de inventarse muchos más sustitutivos de la guerra, pero puede que gracias a ellos se caiga progresivamente en la cuenta de que una humanidad tan sumamente civilizada y, por consiguiente, tan fatalmente agotada como la de los europeos de hoy, no sólo necesite guerrear, sino que las guerras sean enormes y terribles (que necesite, pues, recaer momentáneamente en la barbarie) para evitar que los medios que procura la cultura atenten contra su propia cultura y contra su existencia.
Nietzsche, 1878Humano, demasiado humano.
Hay que entender la violencia que resulta de la pasión, por ejemplo, de la ira, desde el punto de vista fisiológico, como una tentativa para evitar un acceso de ahogo que nos amenaza. (...). (El mal de la fuerza hiere a los demás, sin que éstos comprendan que dicho mal necesita manifestarse; el mal de la debilidad quiere causar daño y contemplar las huellas del dolor).
Nietzsche, 1879-1881Aurora.
Nuestra creencia en una virilización de Europa. Debemos a Napoleón (y de ningún modo a la Revolución francesa que buscaba la "fraternidad" de los pueblos y el florecimiento de efusiones afectivas universales) que quepa poder esperar en adelante una sucesión de siglos bélicos sin precedente en la historia; en pocas palabras: el haber entrado en la era clásica de la guerra, de la guerra científica y popular a un tiempo, de la mayor envergadura (en cuanto a medios, talento, disciplina), período que los siglos futuros considerarán retrospectivamente con envidia y respeto como un ejemplar de perfección, el movimiento nacional en efecto del que procederá esta gloria bélica, no es sino un contragolpe de la acción misma de Napoleón, por lo que sin él no habría podido producirse. Algún día se reconocerá a Napoleón el mérito de haber restituido al hombre en Europa, la superioridad sobre el hombre de negocios y el filisteo; quizás incluso sobre «la mujer», a quien el cristianismo, el espíritu entusiasta del siglo XVIII y las «ideas modernas» no han dejado de halagar. Napoleón, que consideraba a la civilización con sus ideas modernas como una enemiga personal, se consagró mediante esta hostilidad como uno de los mayores continuadores del Renacimiento; él fue quien sacó a la luz un fragmento entero de naturaleza antigua (...). Y quién sabe si este fragmento (...) no llegará a superar igualmente al movimiento nacional, para heredar y continuar en sentido afirmativo el esfuerzo de Napoleón; como sabemos, quería una Europa unida que fuese dueña del mundo.
Nietzsche, 1882La gaya ciencia,
pág. 250.
¡Hermanos míos en la guerra! (...) Debéis amar la paz como medio para nuevas guerras. Y la paz corta más que la larga. A vosotros no os aconsejo el trabajo, sino la lucha. A vosotros no os aconsejo la paz, sino la victoria (...). Sólo se puede estar callado y tranquilo cuando se tiene una flecha y un arco: de lo contrario, se charla y se disputa. ¡Sea vuestra paz una victoria! ¿Vosotros decís que la buena causa es la que santifica incluso la guerra? Yo os digo: la buena guerra es la que santifica toda causa. La guerra y el valor han hecho más cosas grandes que el amor al prójimo. No vuestra compasión, sino vuestra valentía es la que ha salvado hasta ahora a quienes se hallaban en peligro. «¿Qué es bueno?», preguntáis. Ser valiente es bueno. Dejad que las niñas pequeñas digan: «ser bueno es ser bonito y a la vez conmovedor». (...) Rebelión -ésa es la nobleza en el esclavo. ¡Sea vuestra nobleza obediencia! ¡Vuestro propio mandar sea un obedecer! «Tú debes» le suena a un buen guerrero más agradable que «yo quiero», y a todo lo que os es amado debéis dejarle que primero os mande. (...) ¡Vivid, pues, vuestra vida de obediencia y de guerra! ¡Qué importa vivir mucho tiempo! ¡Qué guerrero quiere ser tratado con indulgencia! 
Nietzsche, 1883-1885Así habló Zaratustra,
págs. 83-85.
Los juicios de valor caballeresco-aristocráticos tienen como presupuesto una constitución física poderosa y una salud floreciente (...), junto con lo que condiciona el mantenimiento de la misma, es decir, la guerra, las aventuras, la caza, la danza, las peleas (...). La manera noble-sacerdotal de valorar tiene (...) otros presupuestos: ¡las cosas les van mal cuando aparece la guerra! Los sacerdotes son, como es sabido, los enemigos más malvados; ¿por qué?; porque son los más impotentes. A causa de su impotencia el odio crece en ellos hasta convertirse en algo monstruoso y siniestro, en lo más espiritual y al mismo tiempo más venenoso. Los máximos odiadores de la historia universal (...). Tomemos en seguida un ejemplo muy claro: nada de lo que en la tierra se ha hecho contra los nobles, los violentos, los señores, los poderosos, merece ser mencionado si se le compara con lo que los judíos han hecho contra ellos mismos; los judíos, ese pueblo sacerdotal, que no ha sabido tomar satisfacción de sus enemigos y dominadores más que por una radical transvaloración de los valores propios de ellos, es decir, por un acto de la más espiritual venganza. (...) Han sido los judíos los que, con una consecuencia lógica aterradora, se han atrevido a invertir la identificación aristocrática de los valores (bueno-noble-poderoso-bello-feliz-amado de Dios) y han mantenido hasta ahora con los dientes el odio más abismal (...) esa inversión, a saber, "¡los miserables son los buenos; los pobres, los impotentes, los bajos son los únicos buenos; los que sufren, los indigentes, los enfermos, los deformes (...). Y en cambio ustedes, los nobles y violentos, ustedes son, por toda la eternidad, los malvados, los crueles, los lascivos, los insociables, los ateos (...)!". (...) A propósito de la iniciativa monstruosa y desmesuradamente funesta asumida por los judíos con esta declaración de guerra, la más radical de todas, recuerdo la frase que escribí en otra ocasión (Más allá del bien y del mal, pág. 118), a saber, que con los judíos comienza la mortal rebelión de los esclavos (...). Atengámonos a los hechos: el pueblo -o 'los esclavos', o 'la plebe', o 'el rebaño', o como usted quiera llamarlo- ha vencido, y si esto ha ocurrido por medio de los judíos, (...) entonces jamás pueblo alguno tuvo una mayor misión en la historia universal. Los señores están liquidados, la moral vulgar ha vencido. Se puede considerar esta victoria a la vez como un envenenamiento de la sangre (ella ha mezclado las razas entre sí) (...); todo se judaiza, o se cristianiza, o se aplebeya a ojos vistas (...). La marcha de ese envenenamiento a través del cuerpo entero de la humanidad parece incontenible (...).
Nietzsche, 1887
La genealogía de la moral,
págs. 31-36.


Teoría del agotamiento. -El vicio, los enfermos de espíritu (especialmente los artistas...), los criminales, los anarquistas, no pertenecen a las clases oprimidas, sino que son el desecho de todas las clases de la sociedad conocidas hasta ahora... Con el análisis de que todos nuestros estratos sociales han sido permeabilizados por estos elementos, hemos comprendido que la sociedad moderna no es una «sociedad», no es un «cuerpo», sino un conglomerado enfermo de chandalas, una sociedad que ya no tiene fuerzas para la excreción. (...).
El estado de la corrupción. -Comprender la interconexión de todas las formas de corrupción, y, entre ellas, no olvidar la corrupción cristiana (Pascal como tipo), ni la corrupción socialista-comunista (una consecuencia de la cristiana) -la más alta concepción de la sociedad en los socialistas es, desde el punto de vista de las ciencias físicas y naturales, la más baja en la jerarquía de las sociedades (...). Aquí no puede haber ningún armisticio: hay que eliminar, destruir, hacer la guerra; hay que desenmascarar aún en todas partes la medida cristiano-nihilista de valores y combatirla bajo todos los disfraces en que se esconde..., por ejemplo, en la sociología actual, en la música actual, en el pesimismo actual (...). No es inmoral la Naturaleza cuando no tiene compasión por los degenerados: por el contrario, el crecimiento de los males fisiológicos y morales es la consecuencia de una moral enfermiza y antinatural. (...) No hay solidaridad en una sociedad en la que existen elementos estériles, improductivos y destructores, que, además, tendrán descendientes más degenerados que ellos mismos. (...).
La valoración con la que se juzgan hoy las diferentes formas de la sociedad es exactamente igual a aquella que concede un valor más alto a la paz que a la guerra; pero este juicio es antibiológico, es, incluso, un aborto de la decadencia de la vida... La vida es una consecuencia de la guerra, la sociedad misma es el medio para la guerra... El señor Herbert Spencer es un decadente como biólogo; lo es también como moralista (¡ve algo digno de admirar en el triunfo del altruismo!). (...) Dificultar esencialmente la selección de la especie y el limpiarla de excrementos, esto se ha conocido hasta ahora como la virtud por excelencia... Hay que honrar a la fatalidad; la fatalidad que dice al débil: «¡perece!» (...). La raza está corrompida, no por sus vicios, sino por su ignorancia (...).
Nietzsche, 1901
La voluntad de poder,
págs. 64-67.



Si estas lecturas directas, y muchas más si se dispone de tiempo, no bastaran por sí solas, tal vez ayude el siguiente análisis de la obra de Nietzsche realizado por José García Caneiro y Francisco Javier Vidarte en Guerra y filosofía: concepciones de la guerra en la historia del pensamiento: "Entre las fuerzas, siempre son preferibles las fuerzas activas y, entre las voluntades, la voluntad afirmativa, a las que Nietzsche llama lo noble, lo aristocrático, lo bueno, lo alto. Las fuerzas activas son superiores y más fuertes, lo que no quiere decir que, históricamente, la conjunción de las fuerzas reactivas y su voluntad de poder negativa no hayan logrado imponerse sobre las primeras. Pero, aunque las fuerzas reactivas, lo más vil y despreciable que hay en el hombre, venzan, no por ello se convierten en activas: el siervo que triunfa no deja de ser siervo, los valores negativos, aunque logren estar vigentes, siguen siendo negativos".

Recurriendo a la etimología, Nietzsche afirma que originariamente, «bueno» significaba poderoso, distinguido, superior, el hombre capaz de dominar, juzgar, el señor; «malo», en cambio, señalaba a aquél que era incapaz de llevar a término su poder, el impotente, el mezquino, el esclavo, el sometido. (...) El señor no necesita del siervo para afirmarse, no establece con él una relación dialéctica de lucha para ser reconocido. No lo necesita, es puro afirmarse a sí mismo. (...) Si aplasta a alguien en su camino, será algo inevitable, ni siquiera lo habrá pretendido, ni querido. El esclavo, en cambio, necesita negar al señor para afirmarse. Él no es afirmación, necesita negar para llegar a ser algo. Como la inmensa fuerza del señor le perjudica, le hace daño y lo somete, invierte los términos y considera que el señor es lo malo y, por tanto, él, el débil, es lo bueno. Ésta es su fuerza reactiva, negativa, nacida del resentimiento, de la necesidad de vengarse. La dialéctica hegeliana, para Nietzsche, es sólo el modo de interpretar la realidad propio de los débiles y oprimidos, es la ideología de los seres vengativos y resentidos. (...).
A partir de ahora será pues, fundamental, en todo conflicto distinguir si éste ha sido fruto de la agresividad afirmativa de los señores o del resentimiento de los débiles, para llamar bueno a quien realmente es bueno y malo a quien realmente es malo. La moral judeo-cristiana ha invertido esta jerarquía en su moral, llamando malo al poderoso y fuerte, haciéndole sentirse culpable y lleno de mala conciencia, y bueno al pusilánime y pobre de espíritu; llamando virtud no a la fuerza y al poder sino al autocontrol, la contrición, la renuncia y el ascetismo. 
José García Caneiro y Francisco Javier VidarteGuerra y filosofía, 2002Editorial Tirant lo Blanch, Valencia, págs. 114-115.