No sé si catalogar, Nieve en otoño como un cuento, novela corta o relato; pero eso es lo de menos. Lo que importa es la impresión que permanece en nosotros. Al terminar la lectura somos conscientes, no antes, de que no hay grandes descripciones, ni grandes emociones. "Las habitaciones de los chicos estaban en la parte antigua de la casa, un hermoso edificio de noble arquitectura, con un frontón griego adornado de columnas". Precisamente en la ausencia de detalles aparecen las sensaciones divididas de toda una sociedad. El desmoronamiento de la grandeza convive con una sumisión que comienza a dejar de serlo "...los criados recogían los cristales en silencio [...] todos repitieron al unísono, como una monótona cantinela aprendida de memoria: -Bueno, pues... adiós, Kiril Nikolaiévich... Adiós, Yuri Nikolaiévich". Pocas palabras bastan, a veces incluso frases sin terminar, para expresar las contradicciones del ser humano "Antaño, cuando se marchaban los barin... Los tiempos han cambiado. Y los hombres también".
Al terminar la lectura somos conscientes de que en realidad hay muy poca acción, prácticamente no pasa nada, si excluimos, claro, el principio y el final.
Creo que Tatiana es una heroína diferente, puede que algo similar a la Benina de Misericordia de Pérez-Galdós. Como ella, es leal hacia sus amos hasta límites insospechados. Como ella también, una mártir que, por creencias religiosas y un amor incondicional, vive en busca de la felicidad de los que están por encima socialmente. Nada se dice de sus sentimientos hacia ella misma como persona, durante los 50 años a cargo de la familia Nikolaiévich, pero al final de su vida está sumida, como el pueblo ruso, en el dolor del que no tiene nada, del que le han quitado incluso sus orígenes:
"-¿Aún te acuerdas de nuestra casa? -le preguntó en voz baja su ama
-¿Que si me acuerdo [...] Podría decir dónde estaba cada cosa [...] Recuerdo cada vestido que se ponía, y los trajes de los niños [...] El canapé donde estaba sentada cuando yo le bajaba los niños [...] los diamantes que adornaban su cabello [...] ¡Ay, Dios mío! Luliska no los tendrá así"
No se puede decir más con tan pocas palabras. La protagonista, abanderada del obrero ruso, se enfrenta a una sociedad inmisericorde que avanza sin tener en cuenta las reivindicaciones de libertad, reivindicaciones que a modo de implicaturas aparecen veladas en el texto, probablemente por la condición de judía de la autora.
Creo que Irène Némirovsky estuvo influenciada por Anton Chejov; es cierto que le falta el punto de subversión del autor; también lo es que carece del humor blanco que puebla las páginas del maestro del cuento, pero los temas se basan, como los de Chejov, en los problemas y cambios de una comunidad, así como en el destino del hombre en esa organización. Y si los personajes de Chejov se rebelan en la sociedad de finales del XIX, los de Némirovsky denuncian su nuevo destino, que no consigue sino animalizarlos, dejarlos sin ilusión, hasta degradarlos "respirando con repugnancia el tufo de los fregaderos", "iban y venían como las moscas de otoño", "una muchacha normanda [...] robusta como un percherón", "Kiril [...] volvía a casa [...] con el deseo de yacer inerte sobre aquellos adoquines rosáceos"
Igualmente, la técnica del monólogo interior es una constante en la novela; la protagonista, como los personajes de Chejov, reproduce sus impresiones, asociaciones y pensamientos en un libre fluir que se mezcla con las palabras razonadas del diálogo:
"-Bueno, Yuroska, adiós... Cuídate mucho, hijo. Cómo pasaba el tiempo... De niño, cuando se marchaba al instituto de Moscú [...] Ay, mi pequeño Yuroska!"
No es sólo la semejanza con Galdós o con Chejov; la novela mantiene el espíritu del Realismo del XIX, aunque cronológicamente podría incluirse al final de la llamada Edad de Plata Rusa (finales del XIX, principios del XX), cuando las vanguardias llaman a la puerta de la literatura. Pero
Irène Némirovsky no pretende describir la vida cotidiana o las costumbres de la aristocracia rusa y su venida a menos; lo que nuestra autora persigue, y consigue, es hacernos comprender la esencia de la vida a través de la representación de la cotidianeidad; de ahí que la prosa se estilice en cada página hasta volverse lírica "Avivó el paso, deslumbrada por una especie de lluvia de fuego que le salpicaba los párpados [...] La anciana se acercó al pretil y miró con fijeza la resplandeciente franja celeste".