Nieve en otoño - Irène Némirovsky

Publicado el 08 agosto 2017 por Rusta @RustaDevoradora

Edición:Salamandra, 2010 (trad. José Antonio Soriano Marco)Páginas:96ISBN:9788498383102Precio:10,50 € (e-book: 6,99)Leído en versión original (Les mouches d’automne).
Como dice su biógrafo, Olivier Philipponnat, en el prólogo de la edición francesa, tal vez Irène Némirovsky (Kiev, 1903 – Auschwitz, 1942) sea una escritora del «alma rusa» en lengua francesa. Nacida en la actual Ucrania, en una familia judía acomodada, recibió una educación exquisita de la mano de una institutriz francesa y ya en su infancia viajó al país galo, por lo que estaba familiarizada con su cultura. Después de la Revolución rusa, los Némirovsky se instalaron en Francia, donde la autora cursó sus estudios superiores en La Sorbona y comenzó a escribir (El vino de la soledad, publicado en 1935, narra esta huida). El hecho de ser una novelista a caballo entre dos identidades, y además en un periodo particularmente convulso de la historia reciente, tiene especial relevancia en muchos de sus libros, entre ellos Nieve en otoño (1931), que vio la luz justo después de las aclamadas David Golder (1929) y El baile (1930), y que por lo tanto forma parte de sus obras de juventud. Antes, no obstante, ya había abordado el tema en el relato «La Niania», que apareció en un periódico en 1924. Némirovsky es una de esas narradoras que no pierden el hilo, que vuelven y vuelven a sus preocupaciones esenciales, y con ello dan forma a un corpus literario coherente y personal.Entrando en materia, Nieve en otoño narra la caída de Tatiana Ivanovna, una institutriz rusa de edad avanzada, inspirada en la de Némirovsky, que no consigue adaptarse a los inevitables y convulsos cambios del siglo XX. La novela comienza con una escena en la que Tatiana despide a sus muchachos, que se van a la guerra. Muchos años atrás, esta situación se repitió con el padre de estos chicos, al que también educó. Tatiana lleva toda la vida en la familia, no conoce otra existencia que no consista en criar a unos niños desde que nacen hasta que se hacen mayores. Tampoco conoce otro lugar que no sea el Imperio ruso, aunque ahora las circunstancias la obligan a huir con la familia a París. Ella querría hacer lo que ha hecho siempre, pero los últimos chiquillos a su cargo se hicieron hombres y fueron llamados a combatir. La chica, por su parte, disfruta de la juventud divirtiéndose con sus amigos y no parece estar por la labor de continuar el linaje. La anciana institutriz no tiene nada que hacer, nada de lo que sabe, de lo que le gusta hacer. El viejo orden de las cosas ha cambiado. Peor: ha desaparecido. Y, a su edad, no es fácil de asumir.

Irène Némirovsky

La espera de la nieve en Francia se convierte en la metáfora del desarraigo de la protagonista: en París, mientras observa cómo los demás se han adaptado sin problemas a la ciudad, ella se pregunta, compungida, cuándo caerá la primera nieve, esa nieve que en Rusia llega en otoño pero en Francia se hace de rogar. La nieve representa algo más que un lugar: la institutriz añora la vida que llevaba antes, el pasado, su juventud, el mundo previo a la revolución que tantos disgustos le ha traído. Némirovsky, gran dominadora de las distancias cortas (no en vano fue una ferviente lectora de Chéjov, de quien escribió una biografía), narra con su precisión, fluidez y pulcritud habituales los últimos tumbos de un personaje perteneciente al viejo orden que, incapaz de resurgir, se deja morir con él. Las palabras justas. La contención perfecta. Las imágenes evocadoras. Pura elegancia. Esta es otra muestra (una más, y no son pocas) de su talento excepcional, que, pese a situar la historia en un momento histórico muy particular, logra, poniendo el ojo en lo íntimo más que en lo político, que la narración trascienda y aún hoy tenga mucho que decir. Porque grandes transformaciones ha habido siempre. Y persona(je)s a la deriva, también.