A mediados de noviembre la supervivencia de Nikola Mirotic en la NBA era toda una incógnita. Un mes antes, su ex compañero de equipo, Bobby Portis, perdió los papeles y le agredió salvajemente, provocándole una fractura severa en la mandíbula y una conmoción cerebral que lo mantuvo dos meses alejados de las canchas.
Convaleciente y psicológicamente afectado por el suceso, el entonces jugador de los Bulls tuvo que ver cómo comenzaba la liga en la lista de inactivos, cómo perdía la titularidad, cómo se mofaban de él en la red y cómo la franquicia se ponía de lado respecto a su agresor imponiéndole un castigo menor -una multa y apenas ocho partidos de sanción-. La decisión no sólo dejaba a las claras la frialdad de los despachos NBA, donde mandan los cálculos salariales y el beneficio neto para las franquicias, sino que condenaba a Mirotic a volver a compartir cancha con quien le había privado de su mayor pasión: jugar al baloncesto.
Las casualidades ahondarían en la crueldad del caso; ambos jugadores compartirían muchos minutos en pista debido a las peculiaridades de la rotación de un equipo a la deriva, que debía hacer hueco a los jóvenes y prepararse para unos años de reconstrucción. Del quinteto con Rose, Butler y Gasol o la veteranía de Wade y Rondo, de no hace tanto tiempo, a un equipo sospechoso de acabar la temporada entregándose al tanking.
Mirotic tenía dos opciones: la sencilla era dejarse consumir por el infortunio, negarse a jugar y forzar una salida sin destino fijo y en clara posición de desventaja (todas las franquicias tenían ya su roster al completo y a Mirotic, un pívot moderno pero a menudo irregular, le faltaba ritmo competitivo). La otra opción era tragarse el orgullo, salir a la cancha y hacerse fuerte en contacto con el balón. Tomarse los meses que restaban hasta el trade deadline como un escaparate y luego esperar que la misma serie de catastróficas desdichas que lo habían traído hasta allí se tornaran en buenas nuevas.
En apenas medio mes, Mirotic estaba haciendo un baloncesto que lo emparentaba a su mejor versión en la liga. Y el doce de diciembre se alía con su antagonista Portis para liquidar a Boston con 24 puntos suyos y 23 del ala-pívot. La imagen que parecía imposible, la de los dos jugadores felicitándose tras una jugada bien culminada, se hizo realidad por esa alquimia de casualidades que fuerzan las grandes historias de la liga. Veinticinco partidos después de reaparecer, Mirotic fue declarado transferible acumulando unos promedios de 16,8 puntos, 6,4 rebotes y 1,8 asistencias con el 47,4% en tiros de campo y el 42,9% en tiros de tres. Un caramelo para cualquier equipo con aspiraciones a entrar en post temporada.
¡Cómo está NIKO!
24 puntos, 8 rebotes y victoria ante los @celtics
3 partidos con los @chicagobulls y 3 victorias para @threekola pic.twitter.com/OlSwzLL3ML— NBA Spain (@NBAspain) 12 de diciembre de 2017
Al tiempo de la resurrección del montenegrino, en New Orleans la lesión de DeMarcus Cousin amenazaba con liquidar las aspiraciones del equipo local, los Pelicans, después de un comienzo exitoso y con los playoff al alcance de la mano. Pero en la mejor temporada de su carrera, el hasta entonces tres veces all star se rompió haciendo saltar las alarmas. Costaría encontrar un recambio que asumiera tanto volumen de juego.
La idea de Mirotic como alternativa surgió de manera casi natural. Lo que comenzó como un rumor poco después se consideraba incorporación inminente. Si bien no había gigante libre en la liga que supliera el descomunal impacto de Cousin, sí se podía desviar responsabilidades hacia el otro hombre franquicia: Anthony Davis, La Ceja y acompañarlo con quien más se ajustara a su tipo de liderazgo. El candidato a MVP sería hasta final temporada la máxima autoridad en la zona y se le asociaría con un pívot especialista en el tiro exterior, para el que casi no existe el rango medio de tiro. No siempre que se se tuerce lo que funciona, la solución es buscar una réplica exacta. La variante Niko-Davis sonaba bien sobre el papel para casi todos los especialistas, pero quedaba por determinar cómo afectaban un cambio sustancial en la química de un equipo que tendría que comenzar a carburar más lejos del aro.
La temporada concluyó con un Mirotic inmiscuido a la engrasada maquinaria de New Orleans Pelicans, pero extasiado tras el esfuerzo físico y mental de una temporada que a buen seguro no olvidará. Quizás la figura de uno de sus compañeros favoritos desde que pisara un vestuario NBA, otro jugador ansioso por reivindicarse, Rajon Rondo, le ayudó en el proceso de adaptación. Sea como fuere, sus números fueron acordes a la apuesta deportiva de la franquicia: 14,6 puntos, 8,2 rebotes, 1,6 asistencias.
Se esperaba una eliminatoria al límite contra los Portland Trail Blazers de Damian Lillard, con una reducción de prestaciones de Mirotic, continuamente exigido por las circunstancias. No ha sido así. Desde que apareciera sin barba a las puertas de los playoff, lleva un rendimiento de ensueño (18,3 puntos, 9,5 rebotes, 1,5 asistencias), inimaginable para él y para su equipo, que han barrido a los Blazers 4 - 0 en primera ronda y encaran las semifinales de conferencia analizando al adversario desde el sofá. Los Pelicans siguen soñando y vuelan alto. Y Mirotic más aún, como un halcón llamado a las filas de la insurrección.