Nikola Tesla es, para muchos, el más grande inventor del siglo pasado y uno de los más brillantes talentos de la historia de la humanidad. Gracias a él, la electricidad llega hoy a millones de hogares en todo el mundo. Sin embargo, no sólo no está reconocido como se merece, sino que durante mucho tiempo ha sido apartado de la historia y deliberadamente olvidado.
El joven croata llegó a Nueva York el año en que «nació» la Estatua de la Libertad, 1884. Armado con su impecable elegancia parisina y la cabeza llena de ideas, llevaba una carta de recomendación para un ya célebre Thomas Alva Edison, el padre de la bombilla (y el fonógrafo, y el altavoz, y el micrófono del teléfono, y…). Tesla venía de trabajar en la sede parisina de la Continental Edison, la compañía del inventor norteamericano.
Nada más poner un píe en Nueva York, el inquieto inventor preguntó dónde estaban las oficinas de Edison y allí se dirigió a hablar con él. De ese primer encuentro surgieron dos cosas: un puesto de trabajo para el joven Tesla y unas diferencias que acabarían siendo irreconciliables entre él y Edison, las cuales se convertirían en un conflicto abierto. Edison defendía un modelo de negocio eléctrico basado en la corriente continua. Tesla, en cambio, creía en un modelo basado en la corriente alterna. La pugna entre ambos pasó a la historia como «la guerra de las corrientes». Se impuso Tesla con su modelo, mucho más eficiente. Gracias a él apretar hoy un interruptor ilumina nuestras casas. Pese a que la memoria histórica ha sido más benévola con otros inventores (Edison, Hertz, Volta…), el mundo debe mucho al enigmático Nikola Tesla.
Gran ingeniero y con una memoria, poseía además una infinita capacidad de trabajo: le bastaba con dormir dos horas al día. La ruptura definitiva con Edison se produjo tras resolver el reto al que le sometió su jefe a solo un año de su llegada: rediseñar sus generadores de corriente continua. Si lo lograba, recibiría 50.000 dólares. Tras lograrlo, al reclamar su paga, Edison sonrió y se burló de él: «Ay, ¡qué poco ha aprendido usted del humor americano!». Despechado, Tesla abandonó la compañía sin aceptar el aumento de sueldo que se le ofrecía.
Poco después, encontró a su gran aliado en el «conflicto eléctrico» con Edison: el rico empresario George Westinghouse. Éste contaba ya, desde 1886, con una pequeña red eléctrica en Massachusetts, basada en la corriente alterna. Pero le faltaba la clave para distribuir la electricidad a gran escala. El motor de inducción, ya inventado y patentado por Tesla, era esa clave. Según los documentos de que se dispone sobre este acuerdo, Tesla recibió 60.000 dólares por la adquisición de 40 patentes; cinco mil en metálico y el resto en acciones. Además recibiría 2,5 dólares por cada caballo de potencia generado gracias a la electricidad vendida. Cuando las cosas adquirieron una escala mayor, este pago resultó inviable. Hubiese convertido a Nikola Tesla en un multimillonario sin precedentes…
Aquellos fueron años intensos, tanto en los laboratorios como en los cada vez más importantes medios de comunicación. Tesla y Edison trataban de convencer a la opinión pública de las bondades de su sistema y de los peligros del método rival. Edison no dudó en congregar a periodistas y curiosos para mostrarles los peligros de la corriente alterna aplicando descargas a perros y gatos que mandaba recoger de la calle. Incluso Harold P. Brown –un ingeniero secretamente financiado por Edison– inventó la silla eléctrica, que funcionaba con corriente alterna y se utilizó por primera vez en agosto de 1890. Edison financió el proyecto con el objetivo de desacreditar el modelo energético defendido por Tesla.
A pesar de los intentos del inventor americano, el equipo de Westinghouse y Tesla logró grandes hitos, como los presentados en la Feria Internacional de Chicago, en 1893, dedicada al invento de moda: la electricidad. Para iluminarla, se optó por los generadores de corriente alterna. La otra gran victoria llegó ese mismo año: el grupo de expertos que debía decidir qué sistema adoptar para aprovechar el potencial hidroeléctrico de las cataratas del Niágara otorgó el contrato a Westinghouse, desechando a otras compañías; entre ellas, la de Edison. Muchos dudaban de que el sistema cumpliese su objetivo: alimentar la demanda de la creciente industria de Búfalo. Tesla les convenció de que esas cataratas podrían alimentar a todos los Estados Unidos y consiguió que su método se implantara en la mayor instalación eléctrica construida hasta la fecha.
Tesla era incansable. Estaba fascinado por la energía radiante y su posibilidad de convertirse en energía libre y gratuita. Sabía que era posible tomar energía directamente “conectándose a la verdadera fuerza de la naturaleza”. Quería ayudar a las naciones menos privilegiadas. Sabía, y no ha cambiado nada, que miles de personas mueren de hambre al día, muchos de ellos niños.
La energía dirige la economía de las naciones y la meta de vida de Tesla fue hacer la energía eléctrica igualmente accesible y disponible para todas las personas en cualquier lugar del planeta y eso le puso en el ojo del huracán. Fue objeto directo de ataques personales, de intentos de manchar su brillante carrera, de aislarlo en la más absoluta de las miserias. Tesla decía que podía transmitir noticias y energía sin usar alambres, pero los magnates banqueros (qué raro) ya habían comprado las minas de cobre para cubrir gran parte del país con redes de cables para la distribución de la energía, así que no iban a permitir que su inversión no fuera rentable.
Pero Nikola Tesla nunca se rendía. Siguió desarrollando la transmisión de energía gratuita por todo el mundo en el laboratorio que construyó en 1889 en las montañas de Colorado Springs. Creó una torre de alta tensión para demostrar el transporte de energía sin cable y gratuito. Sin embargo, al pedir más dinero para seguir con las investigaciones, se lo denegaron con intención premeditada, así que el proyecto Wardenclyffe –así se llamaba- tuvo que ser abandonado por falta de presupuesto y su torre destruida.
En 1901 Marconi envió su famosa radio señal diciendo haber inventado la radio, pero se descubrió que había utilizado 17 patentes de Tesla y la Corte Suprema corrigió el error en 1943, después de la muerte de éste. A pesar de este veredicto, la historia se ha encargado de borrar a este gran hombre que trabajaba para la humanidad y no para su propio beneficio o el de unos pocos.
Nikola valoraba que sus inventos ayudaran a la humanidad por encima de cualquier premio o reconocimiento, incluso económico; lo que en aquella época y mucho menos hoy día, ningún científico o inventor estaría dispuesto a ofrecer a la sociedad.
Cuando falleció, sus grandes inventos de los diez últimos años fueron olvidados y, deliberadamente, se hizo que se le recordara por su excentricidad. Su constante preocupación por obtener una energía libre, gratuita para todo el mundo no era algo a lo que los amos y señores del poder económico estuvieran dispuestos a permitir en un mundo ya canalizado para ser explotado sólo por ellos.
Debió de ser considerado el mayor científico y el mejor inventor de la historia y en cambio Tesla murió solo, olvidado y abandonado en la habitación de su hotel a los 86 años. Fue encontrado por una limpiadora al día siguiente. Ese mismo día, en plena Segunda Guerra Mundial, el FBI se encargó de requisar todos sus materiales, cajas, cuadernos de notas… creándose el Informe Tesla y realizando registros en aquellos lugares donde Nikola Tesla pudiera tener anotaciones o referencias de sus inventos.
La situación no ha cambiado hoy día. Las multinacionales no permiten que se conozca o que se ponga en práctica la obra de Tesla. Probablemente si se fabricaran sus inventos hoy en día tendríamos energía gratuita suficiente para toda la humanidad. No va a suceder nunca porque los intereses económicos, esos que ya condenaron a Tesla al ostracismo más absoluto, tienen secuestrado un mercado muy rentable y los inventos del genio croata están clasificados como secretos de Estado aún hoy en día.
Ésta es la historia de Nikola Tesla, su legado, su vida, su realidad y cómo fue hundido por querer dar al mundo un nivel de vida del que hoy no goza. Debemos sacarle del olvido y exigir que sus descubrimientos dejen de estar secuestrados para que sean puestos al servicio de la humanidad, tal y como él quería.