Reconozco mi horror, quizás porque los once años de mi hija pequeña me sensibilizan especialmente. Pero la tendencia empieza a ser tan exitosa, que resulta preocupante. Cristina Sen, en su artículo del viernes, aseguraba que "después de dos años en las estanterías, esta ha sido la temporada de la consolidación en España". Es decir, después de intentarlo durante dos años, finalmente las madres han empezado a considerar buena la idea de comprar zapatos con tacones a sus niñas, a partir de los 4 años, aunque la moda aprieta cada día más fuerte como si vestir a las niñas de niñas, y de no diminutas Lolitas, fuera poco glamuroso. Algunas fotos de moda para niñas me llegan a resultar vomitivas, porque en ellas no se ve infancia, se ve un intento patético de convertir a la infancia en un simulacro diminuto de modelos adultas. Tacones, vestidos, fotos de moda. También el maquillaje para niñas, la última moda entre las madres con cerebro-bótox. Y de la mano a los referentes que crean imaginarios en las niñas, todo tipo de series, iconos, y revistas pensadas para dar prisa a la infancia, para quemar etapas de inocencia, como si llegar a adultas antes de tiempo fuera un hito de la vida. Las revistas para niñas preadolescentes, por ejemplo, me parecen un paradigma de lo que denuncia el artículo: ni el lenguaje, ni las motivaciones, ni las imágenes, ni los modelos, ni nada está dirigido a niñas de 10-12 años.
Está dirigido a niñas de 10-12 años presionadas para crecer prematuramente y entrar, sin digestión, en el imperio tiránico de la belleza y la seducción. Repito lo dicho al principio, siento horror por esta brutal presión mercantil sobre nuestras niñas, cada día más estresadas por llegar a cotas de imagen que ni deberían plantearse, ni forman parte de su educación, ni sirven para otra cosa que para destruirles la infancia antes de tiempo. Toda esta tendencia no me parece moderna, sino vampírica, no me parece fashion, sino fea, triste, sucia, no me parece buena, sino intrínsecamente mala. A diferencia de las intenciones reales de todo este fenómeno, que acelera las etapas de crecimiento y que tiene como objetivo fundamental convertir a las niñas en consumidoras voraces y prematuras, personalmente estoy a favor de ralentizar esas etapas todo lo que pueda. Es decir que la infancia dure todo lo que se pueda.
Porque una niña adulta es una fealdad y una derrota. "En cada niño nace la humanidad", escribió bellamente el dramaturgo Jacinto Benavente. Pero, ¿qué tipo de humanidad construiremos si convertimos a los niños en nuestros simples y diminutos clones?
Pueden leer en La Vanguardia