Ningún lugar sagrado, por Rodrigo Rey Rosa

Publicado el 06 diciembre 2010 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

Editorial Seix Barral.

123 páginas.

1ª edición de 1998.

Como ya escribí en otra entrada acerca de Rodrigo Rey Rosa, Ningún lugar sagrado era uno de los pocos libros del escritor guatemalteco que me quedaba por leer.

En Entre paréntesis, Roberto Bolaño dice de Juan Villoro: “sus cuentos están entre los mejores que se escriben hoy en lengua española, sólo comparables a los del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa”. (pág. 138) En la página 140 de Entre Paréntesis, Bolaño dice, directamente, de Ningún lugar sagrado: “Este libro está compuesto por cuentos breves, distancia en la que Rey Rosa es un maestro consumado, el mejor de mi generación (…) Leerlo es aprender a escribir y también es una invitación al puro placer de dejarse arrastrar por historias siniestras o fantásticas”.
Ya sé que Bolaño no escatimaba elogios hacia la obra de sus amigos, y Villoro y Rey Rosa lo eran. Pero Villoro, Rey Rosa y el propio Bolaño me parecen unos escritores de cuentos inmensos, dignos seguidores de Borges, Rulfo o Cortázar.

En Ningún lugar sagrado, Rodrigo Rey Rosa reúne 9 cuentos ambientados en Nueva York. En una nota previa también se nos informa que todos los cuentos, salvo uno, han sido escritos en esa ciudad.En Nueva York, parece decirnos Rey Rosa, también reside el absurdo de la violencia, igual que en sus escenarios anteriores, Guatemala y Marruecos, principalmente.

En el primer cuento, El chef, en apenas dos páginas, asistimos a una historia de locura, marginalidad y muerte, con el estilo aséptico al que Rey Rosa ya nos ha acostumbrado.
En el siguiente cuento, Poco-Loco, como el propio autor nos cuenta en su pequeño prólogo, se recrea otro absurdo asesinato, que tuvo lugar cerca de su residencia neoyorkina.

Me llama la atención un recurso que Rey Rosa emplea en las tres composiciones más largas del conjunto, en Negocio para el milenio, Hasta cierto punto y Ningún lugar sagrado. En ellas se reproduce una conversación con otra persona –en los dos primeros casos de forma epistolar, y en el tercero con una psicóloga- y Rey Rosa sólo nos da la versión de una de las partes implicadas en esa comunicación, quizás queriéndonos mostrar la soledad de los personajes, sus cartas en muchos casos sin respuestas, los monólogos a la psicóloga, que podrían ser un personaje inventado por una mente enferma. Negocio para el milenio, donde un preso norteamericano intenta contacta con el exitoso dueño de la cadena de cárceles privadas en la que habita, puede leerse como una reescritura de En la colonia penitenciaria de Franz Kafka.En estos cuentos, como en algún otro, los personajes proceden de Guatemala, o de Hispanoamérica, y, en ningún caso, Rey Rosa deja de criticar la política y las condiciones abusivas que se dan en su país.
Vídeo es un curioso experimento en el que alguien hace capitulación de las películas que vio en Nueva York. Y como si de microrrelatos se tratase se va haciendo un resumen de esas películas inventadas, angustiosas, metafísicas…

La niña que no tuve quizás sea el cuento menos politizado y emotivo del conjunto. En él se refleja la visión de un padre sobre su hija de 6 años, enferma terminal.
En Elementos, Rey Rosa se acerca al mundo de los poetas neoyorkinos, y nos muestra sus luchas y sus miserias. Una metáfora terrible sobre la ceguera del creador.

Ningún lugar sagrado es un gran libro de cuentos, de un realismo que a veces parece llegar hasta el expresionismo kafkiano. De los tres libros de cuentos que he leído de Rey Rosa, El cuchillo del mendigo, El agua quieta y Ningún lugar sagrado, éste último es el más maduro, aunque El agua quieta también contenía cuentos muy destacasos.

A pesar de no se hable mucho de él, aunque no se prodigue en actos públicos o declaraciones, ni le concedan premios, Rodrigo Rey Rosa es uno de los grandes autores hispanoamericanos actuales.