Si algo nos ha enseñado la historia de la humanidad, es que sólo los malignos y los perversos se sienten ofendidos con ciertas expresiones de arte que vulneran sus miserias y abismos existenciales.
Siendo que el arte es la expresión humana más elocuente de todas, los de alma oscura siempre se ofuscarán contra lo que rompa sus endebles creencias y choque con su fe basaba en su doble moral.
La historia humana nos ha enseñado que los “defensores de la fe” son gente ociosa que le gusta buscar pleito donde no debe de haberlo.
Pero dejémonos de cosas, y seamos netamente francos en este tema. Las creencias son aspectos fundamentales de la identidad humana, moldeando nuestras percepciones, nuestra fe, nuestras acciones y decisiones. Pero surge una pregunta crucial al respecto. ¿Se deben respetar las creencias o la fe en sí mismas?
Tenemos que ser muy honestos en este punto. Las creencias y la fe carecen de honor y dignidad intrínsecos a si mismas, y eso plantea una perspectiva “provocativa” para las mentalidades cerradas. Pero debemos de entender que la fe y las creencias no son “entidades sagradas” que merezcan respeto automático, sino que son simples constructos humanos susceptibles a la crítica y al cuestionamiento.
Si nuestras creencias y fe pueden ser ofendidas por las palabras y acciones de otros, entonces debemos cuestionar su solidez y su fortaleza.
El respeto se le debe a las personas por el simple hecho de existir, no a sus creencias. Esto significa que, aunque podemos discrepar con las opiniones o valores de alguien, aún así valoramos su dignidad humana y su derecho a sostener sus creencias. Sin embargo, esto no implica que las creencias en sí mismas estén exentas de escrutinio o crítica.
De hecho, la capacidad de cuestionar y debatir ideas es esencial para el crecimiento personal y el progreso social. Alentar el diálogo respetuoso y la crítica constructiva puede fortalecer nuestras creencias y fe, permitiéndonos refinar nuestras perspectivas y profundizar nuestra comprensión.
En muchos casos hay que derrumbar ciertas creencias arcaicas y oscurantistas, para así poder construir una sociedad más justa y solidaria con todos. Las creencias y la fe no son inherentemente respetables; son las personas quienes las sostienen las que merecen respeto. Al reconocer esto, podemos fomentar un ambiente de diálogo abierto y crecimiento mutuo, donde las ideas se pueden cuestionar y refinar sin temor a “ofender”.
Pues si tus creencias se pueden ofender, entonces muy posiblemente no valga la pena continuar siguiéndolas.
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