Des Pallières, como Godard cada vez con menos vuelta atrás, presenta un film de múltiples texturas que parece presidido por una visión muy desangelada de la realidad y como si se observara en retrospectiva, perdida desde el primer fotograma toda esperanza de encontrar resquicios por donde vislumbrar lo que de bonito o agradable pueda tener la vida más allá de cómo se sepa contar con imágenes. Algo así como un puzzle de un erial o un aquelarre al que sólo la música o la habilidad para contraponer ideas pueda sonsacar algún destello de belleza. En Godard las claves superpuestas (filosóficas, poéticas, pictóricas... y también tan simples como su voz sobre letreros, la pantalla en negro, el silencio) suelen deslumbrar pero también desviar la atención o incluso ocultar gran parte de las auténticas intenciones (pocas reflexiones económicas o políticas a posteriori genera o yo no las encuentro) y casi parece que cuanto más críptico y culto se hace su cine mejor es aceptado y hasta explicado (!) y parece gustar más ahora que hace quince o veinte años cuando aún era (muy) residualmente "narrativo" y contaba hasta con ¡actores!
Des Pallières, que en muchos momentos parece compartir con el maestro una cierta mirada sobre la realidad, renuncia a ese protagonismo y elimina toda clase de asideros - porque no concibe su cine desde ellos y no por renunciar a adornarse con ellos, que no es lo mismo - dejando en bruto, sin "dirigir", al buen ojo del espectador, toda la carga emotiva del film, que puede ser extremadamente emocionante a poco que se traspase o entienda su particular tempo.
Pocas veces y hace mucho tiempo que conceptos clásicamente solemnes y sobre los que se suele pasar de puntillas o abordar tangencialmente como la muerte, el exilio, la espiritualidad y la justicia habían sido filmados tan de cerca.