Niños añorando la infancia

Publicado el 05 octubre 2015 por Jmartoranoster

Carola Chávez


“Recuerdo mi infancia, cuando estaba en pre escolar y podíamos llevar juguetes y sacarlos en el recreo”. Así me decía mi niña de nueve años mientras se ponía el uniforme, añorando una infancia que no se ha ido pero que el colegio le está arrebatando. “Ya son grandes, ya están en cuarto grado, se acabó la jugadera y los dibujitos”. Una historia que hemos vivido antes con rebeldía ante una sociedad que considera, en el mejor de los casos, que apurar la salida de la infancia es ayudar a madurar. “La vida es dura y hay que preparar a los niños a enfrentarla” – Explican algunos. Y yo me pregunto si la vida no sería menos dura si hubiésemos tenido más tiempo para ser niños, si no dejáramos de arrancáramos sus mejores años de un solo guamazo, porque tienes nueve años, y ya no eres un bebé. Y es cierto, no son bebés, son niños de nueve años que añoran poder ser los niños que no les dejan ser. Ni bebés pueden ser nuestros niños porque a los 4 meses son destetados y, sin que nadie pueda explicarles, sin que ellos puedan entender nada, son depositados en guarderías, o centros de atención inicial para que no suene tan feo. Y a los dos años, al maternal, un lugar con un nombre confuso porque ahí no está su mamá, pero bueno, ya están acostumbrados… Entonces más apuros: que tienes que dejar el pañal, que ya somos grandes, que hacerse pupú es feo, y esa vergüenza tan grande en niños tan chiquitos… “Que son felices porque socializan, porque a cierta edad piden la compañía de otros niños” -Nos mienten. Y tantos, sin tener más remedio, lo creen, supongo, para mitigar la tristeza de no poder ver crecer a sus hijo sino a raticos. Arrebatada la infancia, arrebatada la familia por esta estafa que llamamos la vida moderna. Atrapados en su ritmo inhumano, voraz; indefensos, resignados… Entonces la rebelión de una mamá es un atentado al “deber ser”, una irresponsable malacrianza. Queridos maestros, mi hija no hizo la tarea porque estaba jugando. Porque es inútil sentarla a investigar en el libro qué es el ciclo del agua cuando está el cielo allá afuera, llenito de nubes grises, y el aire refresca, y ella se quita la ropa, apuradita, para mojarse en el agua que se evaporó del bebedero de sus morrocoyes, y se hizo nube para lloverle encima. Porque fuera colegio, su infancia está intacta.