Es cierto que, tanto mayores como pequeños, a veces nos enfadamos, irritamos o estamos de mal humor. Los adultos saben que esas emociones deben controlarse y que, en ciertos momentos, es mejor callar para no herir en una discusión, por ejemplo o simplemente dar un paseo al aire libre para relajarnos.
Pero la cuestión es que los padres tienen que saber educar en este aspecto a sus pequeños, ya que, su reacción no será tan moderada como la de los mayores.
Hay niños que desde que nacen tienen mal humor
Y es que hay niños que, incluso desde muy pequeños, demuestran tener carácter o mal genio, es decir, no es sólo un momento puntual en el que se enfadan, sino que es propio de su personalidad.
De este modo, los padres tendrán que saber controlar a los pequeños, tanto en los casos en que sólo pasan por una etapa de peor humor, como los que, por naturaleza, tienen carácter.
De este modo, hay numerosas situaciones que a veces pueden no gustar a los pequeños. Levantarse temprano para ir al colegio, tener que ir cada día a la escuela, seguir unas rutinas en casa, tales como lavarse los dientes, ordenar su habitación... y también pueden enfadarse cuando quieren algo y no se les da. Y es que los padres no pueden dar al pequeño lo que quiere cuando éste muestre el menor signo de enfado, ni liberarle de sus responsabilidades para evitar que proteste o se enfade.
Además, cada niño es diferente y habrá algunos que lloren, pataleen, peguen golpes, chillen, agredan a los demás e incluso se hagan daño a sí mismos... pero, sin duda, es en esos momentos, donde los padres tienen un papel muy importante para enseñarles a controlar dichos comportamientos, hacerles entender que no les llevarán a ninguna parte y dejarles claro que, en la vida, no siempre se hace o tiene lo que se desea. Es importante que lo comprendan desde pequeños para evitar frustraciones y que poco a poco, moderen su carácter.
El sentido del humor se puede educar y cambiar
De este modo, será importante que, los padres ante estas situaciones se sienten con el pequeño y hablen con él. Que le enseñen a expresar sus sentimientos y que le hagan sentir cómodo como para poder decir qué le gusta o no de una forma tranquila y civilizada. Si así lo hace, los padres le explicarán el por qué de que no le dejen ver la televisión o de que no pueda salir al parque. Poco a poco el niño irá aprendiendo a mostrar sus sentimientos de otro modo e incluso comprobará que, de esa forma, sus padres serán comprensivos con él. Si por ejemplo hace mal tiempo y el pequeño no puede salir para evitar resfriarse, si el niño monta en cólera y hace un espectáculo, la consecuencia será que, además de quedarse en casa, sus padres se enfaden con él y le riñan. En cambio, si muestra su disgusto de una forma moderada, los padres le ofrecerán una alternativa de juego en casa.
Aún así, más allá de este ejemplo, habrá ocasiones en que deberá hacer lo que se le dice sin más, como es el caso de ir al colegio. En estos casos, los padres deberán explicarle que ellos también tienen responsabilidades y el pequeño tendrá que comprender que enfadándose no consigue nada.
El deporte y su relación con el estado de ánimo
Asimismo, el ejercicio será una importante vía de escape para que el pequeño se relaje y descargue adrenalina. Por ejemplo, el karate está indicado para los pequeños que tienen genio y para aprender a controlarlo. Asimismo, tocar un instrumento, cantar, dibujar, escribir... será muy útil para que estén más tranquilos y no reaccionen tan nerviosos o violentos ante las situaciones que no son de su agrado.
Además, si el pequeño también muestra su mal genio con otros niños al jugar, los padres deberán actuar en esos casos y ser igualmente rotundos con su postura. En primer lugar, tras el enfado, lo mejor será que el pequeño se aleje de la situación y reflexione. Sin duda, reflexionar sobre lo que ha hecho, le hará entender poco a poco que, esos enfados y rabietas, finalmente no le hacen obtener lo que quiere. Además, sus padres deben, no a modo de castigo sino para que entienda que sus actos tienen consecuencias, no dejarle por ejemplo volver a jugar con sus amigos hasta que no se calme y reconozca su error.