Niños de todas las edades

Por Jaumep

El campus. Foto: Félix Arranz/SCALAE

Des del pasado mes de abril, gracias a la generosidad y el interés de Félix Arranz, escribo semanalmente en la web scalae.net. Félix, director de la Escuela de Arquitectura de Zaragoza de la Universidad de San Jorge, autor de la estación del AVE de las Delicias en Zaragoza junto con Carlos Ferrater, es un personaje central en las webs de arquitectura españolas: pionero de las revistas digitales con su WAM, permanentemente rodeado de gente interesante, entusiasta, de ingenio rápido y siempre de buen humor, es a la vez suficientemente descerebrado como para haber confiado en mí. No contento con esto, decidió invitarme al Campus de Ultzama 2010, organizado por la Fundación Arquitectura y Sociedad, dirigida por José Tono Martínez, y emplazada en casa de su fundador, Patxi Mangado, o, más concretamente, en el centro hípico Zenotz, al lado de Ultzama, montado en homenaje a su hija, una prestigiosa domadora de doma clásica que se entrena allí.

Félix Arranz. Foto: Miguel de Guzmán.

Durante tres días, unas treinta personas (veinte arquitectos más o menos de mi edad, los llamados “próximos”, los patronos de la Fundación, unos pocos arquitectos de más edad y una serie de representantes de diversos medios de comunicación entre los que me vi emplazado, repartiendo esfuerzos entre la cobertura del acto y su organización) se dedicaron a beber cantidades industriales de café y bebidas espirituosas varias destiladas y fermentadas, punteadas con una cierta cantidad de comida, no fuera que el nivel de euforia subiese demasiado o demasiado pronto, mientras explicábamos qué hacemos y qué nos interesa entre intercambios de teléfono, mails y direcciones para seguir profundizando en un futuro.

Patxi Mangado, Feliz. Foto: Miguel de Guzmán.

Patxi mangado nos seguía des de su sofá favorito, armado de un matamoscas, atento, y Félix, reloj en mano, concedía prórrogas a los quince minutos de exposición que tenía cada uno de nosotros cada vez que algo interesante se alargaba. Es decir, siempre, exceptuando excepciones. Una excepción, de hecho.

La estructura del Campus es la de un intercambio de conocimiento de gente afín, de maneras de entender, de vivir o de explicar la arquitectura, certificando experiencias previas que definen y configuran buena parte de lo que es el presente. Y que, muchas de ellas, continúan. Que se solapan, maclan, complementan, yuxtaponen y contraponen de modo constructivo con lo que están trabajando los arquitectos que empiezan. Y queda claro que éstos son arquitectos muy preparados que se abren camino literalmente donde y cuando pueden. Están dispuestos a agruparse, siempre con la Red y la tecnología como altavoces. Esta manera de comunicarse, el elevado número de arquitectos existentes (más que nunca, exponencialmente más que nunca), el cambio de paradigma de los estudios de toda la vida, que han saltado, también, de escala el número de colaboradores y los expedientes de los proyectos, más el posibilismo, el sentido de la oportunidad, las ganas de hacer cosas, han llevado a una expansión, a una transformación, a una apetencia por el trabajo en red que nos identifica. Lo que empezó siendo una necesidad se está convirtiendo en identidad. Tenemos poquísima confianza en los medios tradicionales de hacer y compartir arquitectura. Un porcentaje significativo de los proyectos presentados en el Campus son ilegales des del punto de vista normativo. Se han presentado proyectos públicos no visados. Al menos uno de los edificios presentados ha sido derribado parcialmente. Uno de ellos presenta una tipología lógica des del punto de vista del usuario (un piso de 40m2 en planta explotado hasta los 60-70m2 útiles) que condena la vivienda, bien hecha, de calidad, con una relación con la calle muy mejorada respecto a lo que la normativa imponía, a una laguna legal que le va a impedir optar a una cédula de habitabilidad. No se podrá legalizar nunca. Y qué? Otra incumple completamente la normativa de accesibilidad, teniendo en cuenta que su emplazamiento es un pequeño pueblo gallego por donde resulta completamente imposible desplazarse en silla de ruedas.

Quintáns y su casa gallega. Foto: Jaume Prat

José Yuste exponiendo. Foto: Jaume Prat

Tras todo esto hay la voluntad de reivindicación de la profesión mucho más allá de la voluntad de construir, des del papel de la persona (o, mejor dicho, del equipo) que resuelve problemas y los explica, que implica a sus usuarios finales y pone las condiciones necesarias para usar el espacio como se necesita y no como se impone, y porque esta relación haga ciudad a través de los filtros de la fachada, a través de la jerarquía de los diversos espacios comunes semiprivados, semipúblicos y públicos.

César Ruiz-Larrea siguiéndolo todo. Foto: Jaume Prat

Ariadna Cantís, de espandas. José María Sánchez, Eva Morales (la Panadería), Montse Arnau (FAD), Eva Luque (los del Desierto), con boli rojo y, al final, María Langarita (Langarita + Navarro) Foto: Jaume Prat

Jaume Prat + José Manuel Toral + Llàtzer Moix. Foto: Miguel de Guzmán

Observé una cierta voluntad de producir teoría voluntariosamente, a menudo con más corazón que cabeza. Curioso: se atiende más a los tratados y libros de historia que a las generaciones precedentes, y eso abre un cierto vacío generacional, y no se trata tanto de relaciones de maestrazgo como de compartir problemas y vivencias de un modo casi especular. En fin, muchas veces creemos que nuestros padres escuchan a Perales cuando resulta que habían fundado un grupo de punk a sus veinte años. Las pretensiones teóricas son importantes no tanto por su valor intelectual (lo acabarán teniendo) como por lo que tienen de caldo de cultivo y por el sentimiento de identidad que crean. Por las ganas de crear generación. También por su valor instrumental: con ella producen, expanden los límites de la profesión y maduran el abasto de unos manifiestos que están destinados a contradecir a corto plazo, víctimas tanto de la realidad de la profesión como de su propio talento, que los llevará a no encasillarse dentro de estos límites autoimpuestos.

Foto: Félix Arranz/SCALAE

El segundo día de campus hicimos una visita a la fundación Oteiza, no lejos del lugar. Nos la explicaron con cariño, con atención, combinando edificio con obra, Oteiza con Sáenz de Oíza, datos biográficos con críticas artísticas. Finalmente, la terraza (espacio, por cierto, ilegal y, por tanto, no visitable: obviamente uno de los más bonitos de todo el edificio): todo el valle a nuestros pies, y, no lejos, una urbanización reciente de viviendas unifamiliares que había estropeado todo el entorno próximo, la relación de la fundación con el campo, con el paisaje, extensiva, fea a pesar de no estar tan mal hecha como su vecina de la izquierda o esa otra quinientos metros al sur, o como ese polígono industrial del desvío. Allí estábamos: arquitectos discutiendo con arquitectos, antropólogos, periodistas culturales, filósofos. Encerrados en museos, dentro de un recinto fabuloso, reconociéndonos entre nosotros, discutiendo cordialmente y dándonos cuenta que nuestras opiniones y discrepancias nos unen, mientras, fuera, quedan una enorme tarea a hacer, pedagógica, de organización de espacios ya construidos, de conexión, de relación de una realidad que, sin darnos cuenta, nos adelantó para imponerse en toda su crudeza. Tenemos trabajo.

Foto: José Yuste/ Arquitectura Viva