Ojitos inocentes que desconocen mucho más el futuro que otros que se encuentran mirando desde otra altura.
Una nena de unos cinco años con un pelito semi prolijo y una cara tapada por la mugre. No está sola, está con un supuesto hermano de unos ocho o nueve años que juega con ella. El juego es asustarla, conocer hasta donde ella está dispuesta a cruzar la frontera del llanto. Es divertido para él, y aunque piense que tiene un poder superior a ella, no sabe que está en igualdad de condiciones.
Pasan las estaciones en un micro mundo. En un universo paralelo que los ve y los ignora.
Decenas de ojos los están observando en silencio. Aprueban y desaprueban su convivencia. Algunos se los ve que sufren ante esa realidad, en cambio otros se encuentran aturdidos entre los sonidos de un Smartphone.
Corren, se tiran objetos de peluche, gritan y se ríen entre vagones. Cada tanto él juega su juego, y comienza a hostigarla hasta el llanto. Luego se ríe a carcajadas y ella con la ambivalencia de los primeros años, esos sentimientos primarios de corta duración y de nula profundidad, lo perdona.
Un vagón cargado de sueños y miradas más o menos atentas. Anhelos posibles y otros tantos ilusorios. Tal vez, algunos de los que miran tengan la suerte de poder cumplir con un sueño o proyecto. Muchos de ellos están a la buena de dios. Ellos, como siempre, están más lejos de soñar…
Marina Pagnutti
Viernes 11 de enero de 2013. 21hs.
Foto by A. Careaga