Cuando yo nací, mi madre ya tenía un gato en casa. Se llamaba Pipo, un precioso macho blanco y negro, enorme y algo arisco, pero gato al fin y al cabo. Aprendí a entenderme con él, a quererle a pesar de que yo no le hacía mucha gracia. De mi casa al pueblo donde había cientos de gatos y perros y gallinas y cerdos y patos y ovejas...... Tuve la suerte de criarme con muchos animales a mi alrededor.
Mis padres, grande amantes de cualquier bichín, nos dieron el privilegio de poder tenerlos en casa, en nuestro piso, pollitos, perdices, gusanos de seda, caracoles. Alimentábamos a los gatos callejeros, conocíamos a todos los perros del barrio. Me enseñaron a amarles, a respetarles y a cuidarles.
Mi marido, el papá sin complejos, tuvo una crianza similar, pero él tuvo más suerte, vivía en una casa y pudo disfrutar aún más de la vida animal: gatas que parían en su casa, criar a los gatitos, varios perros, etc.
Por eso cuando empezamos nuestra vida en común tuvimos claro que en nuestro modesto pisito no podrían faltar animales. Tuvimos un primer año de "adaptación" pero rápidamente llegaron "mis niñas", como yo llamo a mis gatas mayores. Pronto hará diez años (como pasa el tiempo) que compartimos con ellas casa. Mis niñas son especiales, listas, cariñosas, maravillosas. Han estado conmigo en los momentos más duros, sin moverse de mi lado, son agradecidas, sin duda son un tesoro.
Cuando me quedé embarazada muchas personas expresaron su rechazo al hecho de que en una casa cohabitaran gatos y bebés. Ya os lo conté en una ocasión. Incluso me contaban un caso de un niño víctima de un gato (asesino por lo menos) que le había arrancado un ojo!!! Bendito sea Dios, ¡gatos que arrancan ojos a bebés!. Solo de pensar en mis niñas haciendo una proeza similar estallaba en carcajadas, ellas que no cazan ni un mosquitín que entra en casa. En fin,...., la mala fama de los gatos es bien conocida. Afortunadamente yo provengo de una familia bien curtida en felinos y jamás de los jamases a los niños les ha sucedido nada por vivir en compañía de tan tiernos animales.
Llegó el día y mi bebé llegó a su hogar. Puse su cuco encima de mi cama y dejé que las gatitas se acercaran a él, temerosas me miraban y miraban al cuco, se acercaron, olisquearon, volvieron a mirarme. Poco menos que dijeron : "anda, ¿eso es lo que llevabas en la barriga?". Conocieron el olor, pues se pasaron todo mi embarazo pegadas a mi barriga ronroneando, y se fueron tan tranquilas. No hubo miedos, riesgos, ni nada similar. Solo hubo un respeto mutuo que dura hasta el día de hoy.
El Peque tenía dos años cuando paseando cerca de casa vimos una bolita blanca en un jardín. Un cachorrito tan grande como mi mano, gordito, con un pelo blanco nacarado. Estaba solito, maullando. Mi niño fue rápidamente a verla, como era de esperar. Desde ese momento ya no se han separado.
No tuve opción, aquella pequeña gatita estaba destinada para mi niño. Se entienden, se quieren, se respetan. Mi hijo aprende de ella cada día. Es una gata sorda, y mi hijo ha aprendido que para jugar con ella y tirarla sus pelotitas, por ejemplo, la gata tiene que mirarle. Si quiere que le haga caso, tiene que tocarla y ponerse delante de ella. Si llega a casa y duerme tiene que despertarla con cuidado y sin asustarla. Todo eso lo ha aprendido porque nuestra gata es “especial”. Aún no entiende que es sorda, él solo sabe que es especial.
Se me cae la baba viéndoles jugar, viendo como mi hijo disfruta de su compañía, como ella se va corriendo a su cama por la noche cuando se da cuenta que es la hora de acostarse.
Los animales crean con los niños un vínculo único donde el amor y el respeto reina sobre todas las cosas. Habiéndome yo criado con animales sabía que no podía privar a mi hijo de una experiencia tan enriquecedora.
Tengo tres gatas, sé que estoy algo loca, dan mucho trabajo, hay muchos pelos que requieren más limpieza de mi casa de la habitual. Pero compensa, compensa mucho cuando veo a mi hijo sonreir con ellas, cuando cierra una ventana porque teme que su gata se caiga, cuando coge el papel albal y hace una bolita para jugar con ella. Es su compañera, su amiga, y sobre todo es la única que le hace sonreir cuando esta enfadado.
Poned un animalito en la vida de vuestros hijos, merece la pena.