Algunos de los que estáis leyendo esto acudísteis la semana pasada a los cines de vuestra ciudad en los que se proyectaba en directo desde el Met la ópera Nixon in China de John Adams. Otros, como yo, vivimos en el culo del mundo y no tenemos ningún cine cerca al que acudir a ver óperas, lo que no nos impide hablar sobre ello, como demuestran estas líneas, porque como ya he dicho varias veces, si sólo hablásemos de lo que conocemos iba a tener un blog el maestro armero.
Pues bien, me dispongo a hablar de la reciente retransimisión de Nixon in China, ópera de la que sólo he escuchado fragmentos y que me despierta mucha curiosidad (aunque debo decir que he escuchado otros trabajos del mismo autor y nunca han acabado de convencerme) más por lo que tuvo de peculiar su retransmisión que por sus cualidades musicales, ya comentadas ampliamente en otros blogs como In Fernem Land o Calamares en su tinta. Y concretamente, lo que me lleva a escribir sobre esta ópera es el hecho de que una obra de reciente composición forme parte del repertorio, al menos al otro lado del Atlántico, donde se ha venido representando con cierta frecuencia desde su estreno en 1987. De hecho, actualmente está representándose al mismo tiempo en el Met de Nueva York y en el Four Seasons Centre de Toronto, sede de la Canadian Opera Company, y está programada en las temporadas de ópera de Kansas City y San Francisco el próximo año.
Vídeo de musicvideoing
Independientemente de mi opinión sobre la obra, aún no formada, o sobre mi parecer sobre la música de John Adams en general, debo decir que me alegro de que una obra actual haya conseguido entrar a formar parte de un repertorio que parecía inmutable y que corría el riesgo de apolillarse o de expandirse sólo gracias al redescubrimiento de partituras olvidadas del pasado. Siempre he defendido que cada época necesita de unos artistas que hablen de temas que interesen a su público y lo haga en un lenguaje propio de la época, y me parece antinatural que haya quien, en el siglo XXI, sienta más afinidad con las historias románticas de Walter Scott o Victor Hugo musicadas por Donizetti o Verdi que con los temas de los que tratan las óperas de John Adams. Ojo, estoy hablando de temática, que no de calidad musical. Yo soy el primero que disfruta como un enano con Lucia di Lammermoor o Ernani, pero reconozco que esas óperas tratan temas que interesaban al público en la época de sus estrenos y ahora han quedado como piezas de museo, al igual que las obras literarias en las que se basaban.
Supongo que aquí es donde saltará más de uno diciendo que más vale malo conocido que bueno por conocer, que el público sigue prefiriendo las obras de toda la vida antes que estas moderneces y que siempre tendrá más éxito una buena Tosca que un Nixon in China. Bueno, pues no es así, o al menos no lo es a todos los niveles. A raiz de la retransimisión de Nixon in China se ha visto un movimiento en las redes sociales, concretamente en Twitter, que nunca antes se había producido. Y este movimiento, este interés de un público joven por comentar sus impresiones acerca de una ópera, a veces incluso en directo, no se ha producido con una Tosca, ni con una Traviata, ni con una Valquiria, sino con Nixon in China. Como comentan algunos tweets (podéis leerlos AQUÍ), es el primer hashtag con temática operística que recibe un seguimiento masivo desde que existe Twitter. El crítico musical Alex Ross, autor del célebre libro sobre música contemporánea The Rest is Noise (traducido pésimamente al castellano por culpa de Luis Gago como El ruido eterno) comentó, también a través de Twitter: "It's very fun—actually kind of thrilling—to read the twitterwide reaction to #nixoninchina. Is this prophetic?" (Es muy divertido -en realidad algo excitante-leer la reacción en twitter a #nixoninchina. ¿Es esto profético?). Pues posiblemente la respuesta sea sí.
En nuestro país también se está a punto de producir una conjunción de obras contemporáneas, pues al reciente estreno de La página en blanco de Pilar Jurado en el Tetro Real de Madrid se une la inminente aparición de 1984 de Lorin Maazel en la cartelera del Palau de les Arts. Quienes han asistido al estreno de la primera comentan que tiene ciertos aspectos positivos, aunque no consigue superar el lastre que le supone un pésimo libreto, lo que parece augurarle una corta vida. Tampoco 1984, que servirá como despedida de su autor como director titular del Palau de les Arts, parece que vaya a sobrevivirle, pues hasta ahora su programación en los teatros ha ido unida a su presencia como director y no sería descabellado pensar que el propio Maazel la ha impuesto como condición ineludible al firmar su contrato. En cualquier caso, el hecho de que se estrenen obras nuevas, sean mejores o peores, es siempre una señal de que el género sigue vivo.
Vídeo de elnim
Me dejo para el final una reflrexión que no es mía, sino del ya mencionado Alex Ross en el ya mencionado libro The Rest is Noise. Es bastante habitual escuchar voces entre el público que acusan a los autores contemporáneos de no estar interesados en agradar al público, de sentirse superiores y componer música extremadamente difícil, cuando no directamente experimental, sin tener en cuenta que a quienes asisten a los teatros les gusta la melodía tradicional, sin atonalismos, sin dodecafonismos, sin minimalismos, sin rarezas de esas. Es también habitual, desgraciadamente, escuchar que la ópera murió con Puccini o como mucho con Strauss y la culpa es de los compositores que, a partir de entonces, se olvidaron del público. Pues bien, eso no es así, no fueron los compositores quienes dieron la espalda al público sino el público quien dió la espalda a los compositores. Y si hay un caso en el que este cambio de actitud queda patente, ese es el de Arnold Schoenberg.
Schoenberg, de origen humilde, tuvo que luchar y esforzarse para poder estudiar música primero y para llegar a estrenar sus composiciones después. Heredero de la tradición romántica de Brahms, Wagner y Mahler, sus primeras composiciones suponen una evolución, nunca una ruptura, del estilo imperante en la época, una vuelta de tuerca a la música de Mahler, Strauss, Zemlinsky... Quien escucha piezas tempranas como el sexteto de cuerdas Verklärte Nacht o los Gurre-lieder esperando encontrarse con algo árido y escabroso, al estilo de las composiciones serialistas del Schoenberg maduro, suele sorprenderse porque son mucho más fáciles de lo que creía, el hilo que las une con grandes favoritos del público como los mencionados Mahler y Wagner es evidente. Podemos decir, y diremos bien, que Schoenberg tuvo en cuenta los gustos del público cuando las compuso, limitándose a dar un paso más en la evolución musical. Sin embargo...
...los compositores sí tenían una buena razón para revelarse contra el gusto burgués: el culto del pasado imperante amenazaba su propio sustento. Viena estaba realmente obsesionada con la música, pero estaba obsesionada con la vieja música, con las obras de Mozart y Beethoven y el ya falleciso doctor Brahms. Estaba moldeándose un canon y las obras contemporáneas estaban empezando a desaparecer de los programas de concierto. A finales del siglo XVIII, el 84 por ciento del repertorio de la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig estaba integrado por música de compositores vivos. En 1855, la cifra había descendido al 38 por ciento, en 1870 al 24 por ciento. Entretanto, el gran público estaba enamorándose del cakewalk y de otras novedades populares. El razonamiento de Schoenberg era el siguiente: si el público burgués estaba perdiendo interés por la nueva música, y si el emergente público masivo no tenía apetito de música clásica, nueva o vieja, el artista serio debería dejar de agitar sus brazos en un intento de llamar la atención y retirarse, en cambio, a una soledad en compañía de sus propios principios.
extracto de El resto es ruido, de Alex Ross
Schoenberg, por lo tanto, no dió la espalda al público, sino que, tras ver como el público le daba la espalda, decidió concentrarse en sus experimentos, ajeno a la recepción que estos tenían entre una audiencia cerrada a cualquier novedad. De estos experimentos con la atonalidad surgió el serialismo, que supuso otro paso adelante en la evolución de la música occidental y gracias al cual podemos disfrutar de auténticas maravillas como su ópera Moses und Aron o Wozzeck y Lulu, de su discípulo Alban Berg. Sin embargo, Schoenberg siempre lamentó en su fuero interno esta desconexión con el público. En otro capítulo del libro de Alex Ross, Ronald Schoenberg, hijo del compositor, recuerda como una vez, cuando la familia se había trasladado e Estados Unidos huyendo del Tercer Reich, entraron en un bar de zumos en la Autopista 1 y la radio estaba emitiendo Verklärte Nacht. "Jamás lo vi tan contento", dice.
Así pues, si fue el público quien cerró las puertas a los músicos contemporáneos, obligándoles a iniciar la travesía del desierto, también debe ser el público quien salga al encuentro de los compositores, interesándose por sus creaciones, apoyando las que crean mejores y perdiendo de una vez por todas ese miedo a lo moderno y esa obsesión acomodaticia que hace que muchos se cierren en banda ante cualquier cosa que no sea su enésima Tosca o su enésima Traviata. Que hay vida después de Puccini.
Y para acabar, os dejo con el vídeo marciano de la semana, recién encontrado en Youtube. Una mezcla de imágenes de bellas señoritas de senos turgentes con Verklärte Nacht como fondo musical con el inquietante título "Tetas y Schoenberg, no necesitas nada más". Una combinación que nunca se me habría ocurrido y que de buen seguro habrá atraído a más de uno hacia la música de Schoenberg. No me preguntéis quién lo ha colgado ni qué pretendía con ello, que yo soy el primer sorprendido.
Vídeo de darkmoma