La semana pasada, los escoceses fueron llamados a las urnas para decidir el futuro político de su país. Las opciones eran claras, bien rompían con más de trescientos años de convivencia, bien se mantenían en la familia de naciones que constituye el Reino Unido. Pero aunque era una pregunta sencilla, las respuestas esconden una realidad mucho más compleja. A pesar de tratarse de opciones enfrentadas, ambas partes defienden el fair play del proceso y el espíritu pactista que hizo posible la consulta, pero aquí también hubo un juego de poder. Alex Salmond, con amplísimo apoyo en el parlamento escocés, planteó la celebración de un referendo como vía para asumir más competencias. No se planteaba un escenario de independencia o continuidad, sino que, bajo la amenaza de la independencia se soterraba la opción devo max. Corría 2012 y en plena exaltación británica envuelta en los éxitos de los Juegos Olímpicos de Londres, el PM David Cameron, jaleado por la bancada Tory, decidió no ceder al chantaje y pactar una pregunta con solo dos respuestas, independencia sí o no. David Cameron se basaba entonces en unas encuestas que pronosticaban la victoria del no con una ventaja de hasta treinta puntos, así que decidió poner a prueba al independentismo escocés y al propio Salmond. No voy a negar que hasta hace poco estaba de acuerdo con la postura del PM. En España hemos sido testigo de muchas cesiones de competencias como resultados de pactos electorales o para asegurarse el apoyo del partido nacionalista de turno, así que enfrentar al nacionalismo con sus mismas armas y no ceder al chantaje tenía cierto atractivo. Pero David Cameron se equivocó y a punto estuvo de destruir el Reino e iniciar un seísmo político en Europa de inciertas proporciones. Ganó el no, pero el PM no tienen nada que celebrar.
La semana pasada, los escoceses fueron llamados a las urnas para decidir el futuro político de su país. Las opciones eran claras, bien rompían con más de trescientos años de convivencia, bien se mantenían en la familia de naciones que constituye el Reino Unido. Pero aunque era una pregunta sencilla, las respuestas esconden una realidad mucho más compleja. A pesar de tratarse de opciones enfrentadas, ambas partes defienden el fair play del proceso y el espíritu pactista que hizo posible la consulta, pero aquí también hubo un juego de poder. Alex Salmond, con amplísimo apoyo en el parlamento escocés, planteó la celebración de un referendo como vía para asumir más competencias. No se planteaba un escenario de independencia o continuidad, sino que, bajo la amenaza de la independencia se soterraba la opción devo max. Corría 2012 y en plena exaltación británica envuelta en los éxitos de los Juegos Olímpicos de Londres, el PM David Cameron, jaleado por la bancada Tory, decidió no ceder al chantaje y pactar una pregunta con solo dos respuestas, independencia sí o no. David Cameron se basaba entonces en unas encuestas que pronosticaban la victoria del no con una ventaja de hasta treinta puntos, así que decidió poner a prueba al independentismo escocés y al propio Salmond. No voy a negar que hasta hace poco estaba de acuerdo con la postura del PM. En España hemos sido testigo de muchas cesiones de competencias como resultados de pactos electorales o para asegurarse el apoyo del partido nacionalista de turno, así que enfrentar al nacionalismo con sus mismas armas y no ceder al chantaje tenía cierto atractivo. Pero David Cameron se equivocó y a punto estuvo de destruir el Reino e iniciar un seísmo político en Europa de inciertas proporciones. Ganó el no, pero el PM no tienen nada que celebrar.