El viento puede llevarse muy lejos un fruto pequeño y con un gran vilano. Por tanto, estos frutos son los mejores para que la planta colonice nuevas tierras, pero... ¿y si esas tierras no son buenas? ¿Y si muchas semillas viajan tanto que ya no caen al pasto, sino a un camino, o a un roquedo? Eso sería un fracaso para la reproducción de la planta, así que parece muy temerario hacer sólo esta clase de frutos, ya que suponen una apuesta y por tanto un riesgo. El segundo tipo de frutos, más pesado y con menos vilano, tiende a viajar menos, por lo que no acarrea tanto riesgo - seguramente caerá cerca de la planta progenitora, en tierra favorable. Al producir ambas clases de fruto, la planta sigue el sabio consejo de no apostarlo todo a una sola carta.
Pero esto es sólo la mitad de la historia, porque los frutos pequeños, además, suelen germinar al año siguiente, mientras que los frutos gruesos tardan habitualmente varios años en germinar. Podríamos pensar que lo mejor es que las semillas germinen cuanto antes, y por tanto que los frutos pequeños tendrán ventaja siempre, pero... ¿qué ocurriría si, después de germinar, llegan heladas, u otros percances? Año perdido para los Leontodon que hayan osado germinar. De manera que, nuevamente, encontramos que hay un riesgo en jugárselo todo a los frutos pequeños. Mejor será que cada planta produzca unas pocas semillas grandes, que irán germinando en años sucesivos y así serán su seguro a prueba de malas primaveras.
Estas margaritas, sin ningún tipo de inteligencia, parecen saber todo esto, pero no hay en ello ningún gran misterio. Como todos los seres vivos, hacen lo que sus genes les indican, esos genes cuyo funcionamiento ha sido probado una y mil veces por la selección natural desde hace miles de millones de años, desde el principio de la vida en La Tierra. Con tamaña prueba, podemos esperar, como mínimo, prudencia al apostar.
Basado en el resumen de este artículo.