El fin de semana pasado comencé con mis hijos más mayores la preparación para volver a repetir en Navidad los últimos 100 kms del Camino de Santiago andando. Caminamos desde Pamplona hasta Puente la Reina, en Navarra. 23 kilómetros. Evidentemente aprovechamos el caminar para hablar de mil y una cosas. En la Guía que utilizamos para el Camino hace tiempo que voy metiendo copias de historias que nos van contando en nuestro peregrinar o que encuentro en mis lecturas. Almorzando en Uterga les conté esta:
Un pobre labrador surcaba sus tierras con un arado. Sólo la fuerza de su cuerpo le ayudaba en su empeño. El calor apretaba y el sudor empezó a brillar en su frente. Abría con fuerza el surco cuando un movimiento instintivo le hizo girar la cabeza hacia atrás, como buscando algo. En ese momento, en la tierra algo brilló con un destello dorado. Pero el labrador, mirando hacia atrás, no lo vio. Volvió a girar la cabeza hacia adelante y siguió arando el campo.
A la mañana siguiente, al amanecer, un peregrino pasó por el camino que había junto al campo cuando un rayo del sol hizo brillar algo entre los surcos abiertos en la tierra por el labrador. El peregrino se sorprendió. Saltó al campo y se acercó hasta la zona. Escarbó un poco con las manos y empezó a encontrar monedas de oro. Cogió todas las que pudo, hasta llenar su morral y su alforja y feliz, siguió su camino.
Y aunque esta historia parece injusta, no le falta algo de verdad. Ambos hombres deseaban encontrar un tesoro. Un tesoro que hoy llamamos felicidad. Y que todos deseamos. El labrador quizá ponía todo su afán en encontrarlo. El peregrino, simplemente se dejó llevar por su camino, y en él lo encontró. Y lo mismo ocurre con la felicidad. No tiene sentido andar ansioso detrás de ella, no vaya a ser que cuando se nos presente nos pille distraídos buscándola .