A partir de aquí, la típica polvareda de información y desinformación que sigue a cada acontecimiento relacionado con la política internacional o con la seguridad. Más aún si se relaciona con el gobierno de Estados Unidos. Se abrirá mucho debate sobre qué pruebas hay acerca de la muerte, qué se ha realizado con el cuerpo -oficialmente ha sido lanzado al mar, contrariamente a la norma musulmana-, o si la fotografía que ha circulado de Bin Laden con el tiro en la cabeza es real o no -ahora mismo, Reuters la ha retirado de su servidor. Se creará mucha literatura acerca de cómo se llegó a encontrar al fugitivo, cómo se recibió la noticia en tal o cual parte de cualquier país o qué ha estado haciendo durante todos estos años de huida.
Pero sea como fuere, lo que es cierto es que la muerte de Bin Laden, el cómo y el cuándo, responde a una estrategia política de clave interna del presidente Barack Obama. Actualmente, Obama se encuentra en los niveles más bajos de popularidad, y ve cuestionada incluso su candidatura a la reelección para 2012, algo que en el caso de presidentes en activo siempre se ha considerado como incuestionable. El hecho de que saque las tropas estadounidenses de Afganistán estaba poniendo en compromiso su imagen de líder político y espiritual de la nación norteamericana. Una imagen que, durante la campaña de 2008, ya fue denigrada y definida por sus rivales políticos como Obama Bin Laden. Una imagen, sin embargo, que hoy queda reforzada tanto por el qué de su anuncio -la muerte de Bin Laden- como por el cómo. Obama ha sido, en términos internos, quien ha traído justicia al pueblo estadounidense.
Por el contrario su imagen internacional, ya de por sí reforzada aun a pesar de sus pocos éxitos, se verá comprometida. No serán los otros líderes mundiales quienes cuestionen la capacidad del estadounidense de influir en la política internacional, sino la sociedad civil organizada que, si finalmente es capaz de desenamorarse del icono Obana, seguramente verá en esta captura y ejecución sumaria un mensaje claro sobre la política internacional del presidente, algo que, tradicionalmente, domina las segundas legislaturas de los diferentes equipos de la Casa Blanca.
Cabría haber esperado, por aquello del mensaje obamista de la nueva forma de hacer política, una captura de Osaba Bin Laden y el sometimiento a un juicio justo. Cabría haber esperado, por supuesto, una ruptura de la actual presidencia estadounidense con la política del Far West de Bush. Sin embargo nos hemos encontrado con la continuidad del dead or alive que, como bien saben los cinéfilos, siempre acaba primando el dead sobre cualquier otra itención. Muerto el objetivo, se le entrega la noticia al pueblo para que exprese su alegría por dicha muerte y se le ofrece, de paso, la posibilidad de alabar al nuevo líder que ha recuperado el honor patrio gracias a una palabra: venganza.
No ha habido juicio. No se le ha respetado todo aquello que él no reconocía a quienes eran objetivos de su lucha armada. Y sin embargo su muerte nos delata más a nosotros que a él. El fin de Bin Laden no traerá consigo la ansiada paz milenaria. La muerte de Bin Laden tampoco nos traerá de vuelta a los verdaderos damnificados por la lucha global contra el terror: los derechos civiles.
Gracias al 11S, se ha podido crear un régimen de control ciudadano internacional capaz de justificar cualesquiera medidas políticas o judiciales. La nueva jerarquía de este régimen prima el concepto de seguridad por el concepto de Derechos Humanos, o incluso por el concepto de Derechos Fundamentales. La seguridad, en tiempos de terrorismo, nos lleva a justificar medidas como el nuevo escáner corporal en los aeropuertos. Nos lleva a ver la revuelta saharaui como un motivo para mirar para otro lado y seguir haciendo negocios con Marruecos. Nos lleva a entender el expolio pesquero del Índico como un asunto de protección de los intereses nacionales frente a grupos terroristas. Conduce a la Patriot Act y a sus réplicas en las legislaciones de todos los Estados, y a verlas como el mal menor. Conduce al establecimiento de regímenes políticos dictatoriales en los países de la periferia política internacional.
Yemen está sostenida por un dictador apoyado por occidente por ser un aliado en términos de seguridad. Gadafi fue rehabilitado en la misma clave. El régimen de refugio internacional fue sustituido lentamente por un régimen de sospecha frente a cualquier inmigrante político. Y la muerte de Bin Laden no nos va a devolver estos 10 años de requiso internacional de los derechos civiles en nombre de la seguridad.
Tampoco vamos a tener oportunidad de abrir estos debates. La muerte de Bin Laden, de tiro a la cabeza y lanzamiento de cuerpo al mar, inyecta más violencia al sistema. Los mismos medios que las dictaduras latinoamericanas utilizaban en los años 70 y 80 para deshacerse de los militantes de izquierda, levantará ampollas entre esa base social -minoritaria en cualquier parte, pero abundante en números absolutos- que se siente involucrada en el proyecto de la yihad global. Y entre medias nos encontraremos nosotros. Mirando cómo sube la popularidad de unos, cómo crece el resentimiento en otros, y cómo nuestros derechos más elementales se fueron hace años a comprar tabaco. Y nosotros aquí esperando.