Como una pareja de novietes que se andan conociendo, los nuevos mejores amigos quisieron saber si sus gustos son compatibles. Pedro, aún comprometido, quiere saber si pisarle los pies a su actual pareja de baile le va a compensar. Sobre todo en el tango cuando las mejillas se rozan y la barba de periferia que luce Pablo puede irritar la delicada piel de los socialdemócratas de barrio bien. Pero el momento es tan especial que los escozores quedan en un segundo plano, ilusionados de saberse tan afines. Les unen los libros, las pelis y las series de televisión, pero aún no se dan la mano, por eso prefieren no hacer spoilers.
Jó! que ‘cool’ es esta relación. Cuanto más pasean, más cosas en común encuentran. A uno le gusta el ‘Estu’, el otro estudio en el ‘Ramiro’’. A los dos les mola el basket, que es como llaman los guays al baloncesto. Andá, otra razón más para colarsela a Albert que por mucho que lo intenta siempre está campo atrás. Qué pena, el que creía a Pedro un hombre fiel con el que tener una relación de futuro y resulta que se la pega con el primero que conoce. Pero es que Pedro ha visto a Pablo besar y eso no se olvida fácilmente.
La primavera tiene esas cosas, el amor surge cuando menos te lo esperas y eso hace que nada ni nadie distraiga la atención del enamoradizo. Ni los cinco millones de parados, ni los líos en sus partidos políticos, ni el terrorismo internacional, ni los anhelos independentistas, ni el poco apego de Pablo por la Constitución, son suficiente para dejar de mirarse. Para ellos la única España es la que sale en la historia del baloncesto de Carlos Jiménez, y como la Transición no sale en ‘Juego de Tronos’, pues para Pablo no cuenta. Que felicidad. La cosa está a punto de caramelo, pero Pedro tiene dudas y antes de dar puerta a Albert, quiere afianzar su relación con llamadas a última hora del día para medir, en la despedida, quién quiere más. Cuelga tú… No, cuelga tú… No, tú… Pobre Albert, él que tanto amó.
Foto: Reuters