Nuestra forma de expresarnos delata como somos y dice mucho más de nosotros mismos, de lo que podamos llegar a creer. Deberíamos cuidar el lenguaje bastante más de lo que se hace comúnmente. Cuidar el lenguaje no solo gramaticalmente, sino también y de forma especial en el contenido de lo que manifestamos. Lo que decimos se convierte en lo que pensamos y por ello hay que poner mucho cuidado y no dejar al libre albedrío nuestras palabras.
Siempre tuve claro, y me he visto enfrascado en más de un debate por ello, que lanzar un mensaje negativo, expresar una opinión adversa o declarar aspectos no esencialmente provechosos o positivistas, acaba por convertirse en una rémora y nos va construyendo una personalidad temerosa y limitada. Cuando ello ocurra y si somos conscientes, tratemos de controlar lo que decimos, cambiemos el curso del pensamiento y tratemos de verlo en positivo.
Aprendamos a manejar el lenguaje y con sólo un pequeño matiz, a convertir lo imposible en simplemente “no realizado”. Si el ser humano se hubiera detenido a lo largo de su historia ante los retos” imposibles”, probablemente seguiríamos en la Edad de Piedra y creo que algo se ha avanzado. Por lo tanto, piensa en aquello que no has hecho todavía y que por supuesto vas a acabar haciendo. Comparte con alguien tus planes y comprométete contigo mismo y sobre todo ni pienses, ni digas, ni siquiera sueñes que eso es imposible porque no lo es.
Recuerda que en el momento en que pensamos que algo es imposible, lo estamos haciendo imposible, nuestro pensamiento crea nuestra realidad todo el tiempo. Lo que más importa no es lo que decimos sino lo que pensamos. El poder del pensamiento es increíble y si logramos dominarlo no existen límites para lo que podemos lograr.
Todo sueño es realizable, cuando este se alimenta de la llama de la fe; y, no se despierta ante la aversidad.