Era todo misterio. La materia que formaba su piel no era de este planeta. Tenía unos ojos que podían convertirse en huracán porque cuando te miraba sin pestañear te daban la vuelta.
Yo estuve un verano entero asomándome a ellos y en Septiembre vi que me había perdido.
Me había perdido en su mirada profunda y en el tacto de sus manos, me había perdido porque ya no sabía ni quién era desde que él estaba. Ya no podía ser la misma aunque todo el mundo esperara que lo fuera.
Sabía que lo nuestro no iba a comprenderse. Se me ocurrían mil razones pero no podía tener tiempo y no gastarlo con él. Prefería no pensar, en realidad ni podía hacerlo porque tenía unos brazos que formaban un círculo mágico entre lo que había fuera y lo que cabía dentro. Yo tenía suerte.
Fuera de sus brazos se encontraban todas las responsabilidades, todo lo que debe ser, lo oportuno, lo que está bien visto, lo que la gente espera… Pero dentro, dentro estaba todo un mundo paralelo donde tenía la oportunidad de ser yo, más yo que nunca y eso, eso es difícil de rechazar. Cuando te encuentras, no puedes negarte.
En la profundidad de su iris me reflejaba yo y cada árbol del bosque donde dormimos. Yo y el lago donde nadamos, yo y las viñas donde pasamos la tarde, yo y aquel concierto, yo y aquella ciudad de noche y sus bares que nos abrían la puerta a una historia que no podía ser, yo y mis miedos de que sus ojos fueran un punto de no retorno, porque después de ellos, ya nada podía ser igual.
Él no necesitaba decir nada para hacerme saber que estaba muerto de miedo, igual que yo.
Tenía otros mil motivos para salir corriendo. No necesitaba decir nada porque después de horas en silencio mirándonos había aprendido a descifrar sus latidos, sus pequeños espasmos, y qué quería decir cada vez que elevaba una ceja.
—“Prométeme que volveremos a vernos aunque todo lo demás se derrumbe”
Él asintió con la cabeza.
Después me agarró de las piernas para que no saliera de su cama porque sabíamos que quizá no habría un próximo día.
Y no necesitábamos decir más, nos entendíamos en las ganas pero también nos entendíamos en los miedos.
Yo sabía leer sus silencios pero no supe leer finales.
Nunca más volvimos a vernos.
No vivimos aislados, somos una conexión más dentro de una maraña de normatividad y deberes. Sabíamos que no podía ser y aún así no pudimos pararlo, pero claro, no basta no estar enamorado, creemos que sí pero no. Seguro que sabes de qué te hablo.
Una vez le vi diez años después y nos miramos.
No dijo nada, pero yo lo entendí todo.
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