Tiempos difíciles, tiempos de crisis, tiempos en los que hay que apretarse el cinturón. Sin embargo, la televisión refleja tiempos de derroche de comida. El auge de los programas de cocina hace que los jugos gástricos se nos remuevan, y nuestra alma creativa se libere.
Y tras esta liberación, sentimos la inexplicable "llamada de Masterchef". No es que nos llamen para participar en el conocido reality. Es que somos nosotros que, en un alarde de ingenio, imitamos en nuestras casas, platos acordes a nuestro nivel de expertis en los fogones. Eso sí, siempre bien emplatados, porque la presentación es lo que cuenta, nos dicen en la tele. Nos hemos vuelto más sibaritas: catamos con minuciosidad los condimentos, y criticamos sin escrúpulos.
Del abrelatas profesional al estrella Michelín
Hasta ahora, abrir latas de conservas sin mancharse era todo nuestro bagaje profesional culinario. Pero entonces, descubrimos el vinagre de Módena, y nos dimos cuenta que, si presentamos en un plato grande (cuanto más grande mejor) una sardinilla en escabeche sobre una hoja de lechuga, y lo adornamos con el vinagre, podemos aspirar a estrella Michelín. Nuestra creación se llamará "Sardina en su salsa sobre cama verde al aroma de Pedro Ximenez".
Un verdadero chef, domina el marketing de la palabra. Ahora el puré de patata lo llamamos "emulsión de tubérculos", y aquellas creaciones que no nos hayan salido como esperábamos, diremos que es un "trampantojo".
A medida que vamos domando los fogones (y no ellos a nosotros), nuestro ego aumenta. Queremos gritar a los cuatro vientos, lo bien que se nos da cocinar. Subimos a las redes sociales nuestras creaciones, le ponemos nombres rarísimos, y esperamos el aluvión de likes. Y nuestro ego no deja de aumentar hasta que, por votación popular, conseguimos nuestro objetivo: organizar nuestra primera comida de grupo. Su éxito dependerá de varios factores: de la adecuada cocción de la patata, del nivel de alcohol de los comensales, y de las ganas de tocar la moral que tengan los críticos de turno.
Del tiquismiquis al listo
Si algo nos están enseñando estos programas de cocina es a criticar un buen plato. Criticamos, no valoramos, porque lo primero lo llevamos en los genes, y solo es cuestión de aplicarlo a la gastronomía. Por eso, ahora, antes de comernos la tortilla de patata típica de una madre, valoramos su aspecto y estado de cocción, para después, sacar "en boca", una serie de sentimientos de tradición, familia y cercanía que nos evoca cuando ya casi está en nuestro aparato digestivo. Y entonces, solo entonces, damos nuestro visto bueno.
Somos unos tiquimiquis. Ponemos mala cara ente un mal emplatado, y somos capaces de criticar hasta la tapa gratis que nos ponen en los bares, aunque esta corresponde al concepto de minimalismo del que hacemos alarde.