Ningún pueblo se merece tanta vulgaridad, ineficacia, injusticia y corrupción. Nuestras dos grandes culpas son votarlos y soportarlos, pero las culpas y traiciones de ellos son tan numerosas que ocupan tres folios enteros: abuso de poder, corrupción, despilfarro, mal gobierno, privilegios inmerecidos, endeudamiento atroz, desprecio a la democracia, violación de la Constitución, atentados contra los derechos humanos, exprimir al contribuyente de manera abusiva, recortar en lo más necesario, gobernar en contra de la voluntad popular, cobrar en dinero negro, no ser ejemplares, constituir un mal ejemplo para la juventud, ser egoístas, ser indecentes, no rectificar, ser mafiosos.... etc., etc., hasta completar trres folios en letra pequeña.
Es verdad que nosotros los elegimos y que eso nos hace responsables y cómplices de las desgracias de España, pero no es menos cierto que los políticos, desde el poder, hacen todo lo posible por desinformar, engañar, manipular, tergiversar, confundir y convertir los procesos electorales en una gran mentira ajena por completo a la democracia. Sin información veraz, engañados e inmersos en la opacidad y la mentira, los procesos electorales no son democráticamente válidos.
No nos merecemos despertarnos cada día con un sobresalto por un escándalo de corrupción, ni nos merecemos las bajas prestaciones del Estado, los recortes y los abusos del poder. No nos merecemos ser líderes en casi todos los vicios y suciedades existentes: consumo y tráfico de drogas, trata de blancas, blanqueo de dinero, alcoholismo, prostitución, coches oficiales al servicio de la casta, rechazo de los ciudadanos a sus políticos, despilfarro público, endeudamiento, abuso de poder, estafas consentidas por el Estado, fraude fiscal y un largo etcétera que convierte a España en un despreciable basurero.
Los españoles eran el pueblo con más fe e ilusión en la democracia en las tres últimas décadas del siglo XX, pero en este siglo, decepcionados e indignados por el comportamiento de los partidos políticos y sus cuadros, hemos perdido la fe en la democracia, hemos aprendido a rechazar a los políticos y ya ni siquiera tenemos esperanzas en que la podredumbre y la injusticia retrocedan.
La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, pero también es un sistema que se basa en la desconfianza permanente de los ciudadanos en el poder político, cuyas tendencias a la opresión y al abuso deben ser neutralizadas mediante mecanismos establecidos como la competencia entre los diferentes partidos, la separación de los poderes básicos del Estado, la existencia de una ley igual para todos, la libertad de información y de expresión, la participación del ciudadano en la política, elecciones libres y la existencia de partidos políticos que practiquen la democracia y que aseguren que los deseos y anhelos del pueblo sean tenidos en cuenta por los que gobiernan.
Nada de eso se cumple en España, donde la democracia ha sido prostituida y desprovista de todos los mecanismos que aseguran el control de los partidos y los gobernantes. Toda demanda es ignorada y todo deseo del pueblo es despreciado. En Andalucía y Asturias hay un clamor popular que exige el fin del Impuesto de Sucesiones, un tributo indigno, injusto y anticonstitucional, pero los políticos no hacen caso porque les puede la avaricia y la soberbia. El pueblo y sus demandas han sido expulsados de la política y la democracia ya no es del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, sino un contubernio de partidos que gobiernan a capricho, al margen de los ciudadanos y del bien común.
Esa es nuestra realidad y todo lo demás es engaño y conspiración, una conspiración de la mentira en la que participan políticos, periodistas, jueces y cientos de miles de personas que se benefician del sistema y a los que interesa mantener la gran estafa española.
Francisco Rubiales