Cuando uno visita el Museo de Historia en Nueva Delhi y se encuentra con las esculturas de Gandhara, la primera impresión es de desconcierto. Ahí tienes a Buda ataviado y representado como si fuera Aristóteles. Y es que el arte de Gandhara, que floreció en el noroeste de la India entre los siglos I a.C. y V. d.C., debió mucho a la influencia greco-romana.
Fue Alexander Cunningham a mediados del siglo XIX el primero que se interesó de manera científica por el arte de Gandhara. Él, como los ingleses de su tiempo, quedaron fascinados por este estilo que, aunque se había desarrollado en la India, les recordaba tanto al arte greco-romano con el que estaban familiarizados. Así comenzó una época en la que los estudiosos afirmaban que la escultura de Gandhara era lo más de lo más. Gandhara servía para confirmar todos los prejuicios racistas.
James Fergusson, en 1899, afirmó que “…parece evidente que los indios tuvieron una escuela de arte propia antes de que hubieran conocido nada de las artes del mundo occidental, pero esa arte nativa parece haber ejercido muy poca influencia sobre las artes de Gandhara. Las artes occidentales, por el contrario, actuando sobre ese país, parecen haber ejercido una influencia considerable sobre las de la India en períodos subsiguientes a la era cristiana.” Dicho de otra manera: los occidentales no tenían nada que aprender de los indios, pero en cambio los indios estaban ávidos de lo que les pudieran enseñar los occidentales.
De hecho, el propio arte de Gandhara era una requisitoria contra el arte indio, que era medido con esa vara. Frente al realismo y el clasicismo helenísticos, la escultura india era vista como carente de realismo, naturalismo, sentido de la perspectiva y de la proporción. Una frase devastadora pronunciada por el denominado “padre de los estudios de Gandhara”, Alfred Foucher: “… sería injusto ver como un crimen por parte de los artistas de estas islas lejanas [está escribiendo sobre Borobudur en Indonesia, pero la frase denota lo que pensaba también sobre el arte indio] que no hubieran alcanzado la cima artística que permaneció desconocida para la escuela india y que el mismo arte griego sólo alcanzó es su mejor etapa.” Uff, realmente hay que hacerlo muy bien para satisfacer al exigente Foucher.
Alfred Foucher, defendió a comienzos del siglo XX que el arte de Gandhara había sido esencialmente la creación de los greco-bactrianos. Para que su interpretación se sostuviese, Foucher dató las piezas de arte de Gandhara uno y dos siglos antes de lo que las datarían estudiosos posteriores. En su descargo hay que decir, que en su tiempo había muchas lagunas en el conocimiento de la Historia de la India y que esa datación no parecía descabellada.
Una conclusión lógica de estos prejuicios es aquélla a la que llegó Ludwig Bachhofer: “Lo que hace que una escultura sea una obra de Gandhara no es, desde luego, el asunto, sino el tratamiento de la forma. La escultura de Gandhara se reconoce con facilidad cuando el estilo está plenamente desarrollado.” El presupuesto de Bachhofer es que cuanto más helénica es una pieza, más fiel es al arte de Gandhara y cuanto más helénica en sus formas, más antigua. Subyacente a esta valoración está la idea de que, cuanto más influida por el arte helenístico, más valiosa y superior estéticamente.
Tras Coomaraswamy empiezan a oírse voces más críticas sobre el arte de Gandhara, que ya no parecía lo más de lo más. El estudioso alemán Hugo Buchthal escribió en 1945: “El mérito artístico de las esculturas, a parte del interés que representa la adaptación de un tema clásico para asuntos de la mitología oriental, es en la mayor parte de los casos mínimo. La monotonía de la producción en su conjunto, la falta de calidad de la mayor parte de las obras originales, hacen que cualquier colección extensa de esculturas de Gandhara sea muy poco interesante para nadie que no sea un estudioso especializado.” Con un juicio como éste tampoco es que queden muchas ganas de especializarse en el estudio del arte de Gandhara.
La nueva apreciación del arte de Gandhara también trajo cambios en su análisis. Sus fechas se retrasaron algo y se empezó a estimar que sus modelos pudieron no haber sido los del mejor arte helenístico, sino modelos de inferior calidad del helenismo tardío que pudieron haber llegado por las vías comerciales y no ser una herencia directa de los reinos greco-bactrianos. También empezó a apreciarse que el arte de Gandhara había recibido influencias no-griegas, especialmente persas. Y ya llegando al extremo hubo quien afirmó que las raíces del arte de Gandhara había que buscarlas exclusivamente en la India, lo que ya era exagerar un poco.
Menos mal que siempre tendremos a mano a algún crítico postmoderno dispuesto a zanjar el debate con grandes dosis de optimismo y buenismo. Cuando en 2011 la Asia Society de Nueva York organizó una exposición sobre el arte de Gandhara, la escritora Anne Doran escribió: “En el arte budista de Gandhara, las fechas son inciertas, los mensajes están mezcladas, las influencias vienen y van y las obras van de lo torpe a lo sublime y de lo refinado a los kitsch. Viendo esta exposición, que está llena de lagunas y mezclas, puede ser un poco como escuchar una transmisión radiofónica con interferencias. Pero la impresión de conjunto es de una vida intensa y de un sistema de pensamiento en desarrollo- uno que pediría nuevos lenguajes visuales y los encontraría en el arte sincrético de Gandhara.” Me quedo con este texto. Adaptándolo un poco, me servirá cada vez que alguien me pregunte sobre alguna manifestación artística de la que no tenga ni idea.
En resumen, el arte de Gandhara es un buen ejemplo de que a menudo lo que importa no es la estética de la obra, sino la ideología del que la ve.