Lo malo de otorgar demasiado poder a un partido para que haga Gobierno es que se lo toman como algo personal y, al acercar la mano a la urna, cogen hasta el hombro, siguen por las piernas, las costillas y acaban en el cerebro hasta que la única solución es amputar. Otro inconveniente es que no hagan gobierno y todo se limite a obedecer a tontas y locas, a ciegas, a otros todavía más poderosos que ellos. Entonces, la voluntad que creíamos libre al elegir entre tanta papeleta pasa a subrrogarse a otras voluntades, ya oscuras y lejanas. Si nos revolvemos, somos entonces un activo tóxico y non grato del que toca desentenderse, como si no fuera con ellos y eso nuestros políticos lo hacen muy bien. Pero no, no es personal aunque sus señorías se lo tomen así, más cuando son de quita y pon gracias a una ley electoral que es cosa de dos.
El único que ha movido ficha, comiéndose 20 y avanzando hacia la nada, ha sido CiU, con Artur Menos (como ya se le conoce) al frente, con sus copagos disuasorios y la subida generalizada de servicios básicos. Quien viva en Catalunya deberá pensárselo dos veces antes de coger diabetes o una típica gripe en invierno.