No es sabiduría, lo de Hemingway es cinismo

Publicado el 25 julio 2012 por Chufflo


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Me doy cuenta de que por culpa de Midnight in Paris ya no puedo leer a Hemingway de una forma normal. La capacidad de penetración de la imagen audiovisual en la sesera tiene estas mierdas: Woody Allen me ha convertido para siempre al tío Hem en un payaso, un clown de tres al cuarto...
Hemingway. 1899-1961. Hay vidas que dan de sí muchísimo más de lo que abarcan sus fechas, pero son las menos. Lo normal es asfixiarse en la quietud de los días fotocopiados. 
Tras leerle Adiós a las armas sabemos que el bueno de Ernest lució barba toda su vida por causa de un amor que no pudo ser. Ella le dijo: ¿por qué no te dejas barba, cariño?... Te quedaría tan bien una buena barba... ¡Anda, querido, papi, déjate barba, venga vaaa, no te hagas de rogar!... Así que el encoñado Ernest se dejó crecer la dichosa barba. Más tarde ella los dejó plantados y con un palmo de narices, a él y a su bonita barba crecida. Tal cual. Por eso él la mató en la ficción, a ella y a su hijo, el hijo de ella, el hijo de ambos, que nació muerto en la ficción porque nunca fue siquiera un posible en la realidad. Adiós a las armas es, pues, lo mismo que la barba, una cicatriz voluntaria; la exhibición de una llaga.
El libro es, por tanto, antes que una exorcización de fantasmas bélicos, una desintoxicación sentimental, y como tal fallida, como tal, condenada al fracaso. Nada que ver los obuses austríacos que casi se lo llevan al otro barrio con la mefítica metralla femenina. De ese infierno sí que no hay quien te saque de otro modo que con los pies por delante.
También sabemos que Adiós a las armas contiene, probablemente, la mayor y más indigesta cantidad de diálogos almibaradamente empalagosos y esnobs entre dos que primero se quieren, luego se ayuntan y después aún se soportan. Con un par de páginas de este par de tórtolos comiéndose los morros te ahorras fácil el chocolate de un par de semanas.
También sabemos que Adiós a las armas contiene el siguiente pasaje: 

"A menudo un hombre tiene necesidad de estar solo, y una mujer también tiene esta necesidad; y, si se quieren, están celosos de constatar este sentimiento mutuo; pero puedo decir con toda sinceridad que esto no nos había pasado nunca. Cuando estábamos juntos nos sentíamos solos, pero solos en relación a los demás. Sólo sentí esta impresión una vez. A menudo me había sentido solo estando con otras mujeres, y así es como uno se siente más solo; pero, nosotros dos, nunca no sentíamos solos, y nunca teníamos miedo estando juntos. Ya sé que la noche no es parecida al día, que las cosas ocurren de otra manera, que las cosas de la noche no pueden explicarse a la luz del día porque entonces ya no existen; y la noche puede ser espantosa para una persona sola tan pronto como se dé cuenta de su soledad; pero, con Catherine, no había, por decirlo así, ninguna diferencia entre el día y la noche, sólo que las noches eran aún mejores que los días. Cuando los individuos se enfrentan con el mundo con tanto valor, el mundo sólo los puede doblegar matándolos. Y, naturalmente, los mata. El mundo quiebra a los individuos, y, en la mayoría, se les forma cal en el lugar de la fractura: pero a los que no quieren dejarse doblegar entonces, a éstos, el mundo los mata. Mata indistintamente a los muy buenos, y a los muy dulces, y a los muy valientes. Si usted no se encuentra entre éstos, también lo matará, pero en este caso tardará más tiempo".  


Pasaje que por sí solo justifica la lectura y nos hace buenos los intolerables niveles de azúcar.
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