José Roberto Duque representa un fenómeno interesante en el horizonte de la literatura venezolana contemporánea. Autor de una obra poco conocida para la mayoría pero de notable calidad, su escritura se ubica mayoritariamente en ese sitio tantas veces visitado con resultados tan distintos, como lo puede ser lo marginal urbano, un lugar poblado de personajes a los que solemos temer en la cotidianidad pero que en la ficción pueden resultar memorables. Y en estas coordenadas se ubica No escuches su canción de trueno (Caracas: Comala, 2000). En esta novela, Duque se adscribe y recrea un imaginario eminentemente urbano, construyendo un discurso metaficcional que aborda la violencia, la ciudad y sus dinámicas sin necesidad de exagerar o maquillar lo cotidiano, observándolo no desde la lejanía y la incomprensión, ni de la glorificación idealizada: Duque logra en su novela una lírica del barrio.
Escrita en forma de epístola sin respuesta, la obra utiliza recursos de la ficción y del periodismo para construir la narración del boxeador Santiago Leiva, “El Trueno del Litoral”, como un personaje que representa un estamento social, su filosofía y su praxis de vida —impuestas, las más de las veces, desde los centros del poder— y resumiendo con ellas la estética de una época nacional.
Echando mano del viejo truco discursivo en que el autor asegura haber “encontrado” unos papeles contentivos de la historia de la cual tan sólo es el depositario, a lo sumo el ordenador, Duque recrea la órbita vital del “Trueno del Litoral”, sus victorias y tragedias, sus abusos y aciertos, retratando buena parte de la vida de altibajos que conlleva ser boxeador. Nacido en medio de la pobreza, su vida y sus circunstancias —lo que solemos llamar destino— lo coloca en la coyuntura de escoger entre el ascenso fugaz, la breve fama, y el sendero del esfuerzo y la disciplina. La psique del “Trueno” es simple, ingenua de cierta forma, y escoge la buena senda; pero su hermano, boxeador frustrado, lo conduce mediante una serie de constantes, intencionadas y desacertadas decisiones, a la más dolorosa de las derrotas: la derrota del hombre ante sí mismo. Así, “El trueno”, brutal estallido en los cuadriláteros, sonido furioso de los guantes estrellándose en los huesos de las caras que desfilaban ante él sobre el ring, hace mutis para siempre. La explosión precede al silencio y el vacío sucede a la furia: puede más la estridencia de las alabanzas y los malos consejos de su hermano que, presa de la tan humana envidia, insiste en torcerle a “El trueno” el camino.
Otro de los aciertos de esta novela es mantenerse apartado del panfleto y de la fría disección: a partir de conocimientos de primera mano, Duque actualiza el mito de Caín y Abel, universaliza el tema del barrio, de la ciudad, de la violencia y del ajuste de cuentas entre hermanos, sin necesidad de recurrir a alguno de los moldes literarios y políticos que parecen imperar en ese ente flexible y manoseado que lleva por nombre literatura nacional. Al menos en la actualidad, solemos caer en la ligereza de llamar literatura nacional a un cierto compendio de autores y obras que tienen como residencia y temática a una cierta Caracas, fragmentada en pequeños trozos de individualidad y egotismo, esa ciudad pensada y reducida a la violencia del asfalto y la comodidad de los condominios. Aún más allá: parte de nuestro más reciente canon literario se está conformando con autores cuya estética se percibe forzada, cuya temática es la de un exilio espontáneo y cuya residencia es el extranjero. Y es en este panorama que José Roberto Duque destaca como una voz particular, logrando en No escuches su canción de trueno una novela que respira por sí misma, autónoma y visible, un referente importante de nuestra narrativa contemporánea, tan sólido como un guantazo de izquierda directo al mentón.
Jesús R. Rodríguez
Ilustración: “Faile”
Reseña elaborada en el Taller de Reseña Literaria dictado por Gabriel Payares en la Escuela de Letras de la U.C.V.