No existen ni el deber ni el derecho de tolerar el error, ni hay tal cosa como un derecho a errar

Por Daniel Vicente Carrillo

El contexto del debate es el siguiente: He preguntado a la IA si era moralmente correcto derogar el derecho a errar en favor del derecho a sostener la verdad, o si por el contrario tal derecho debía mantenerse siempre, a pesar de cualquier argumento racional o acuerdo universal, esto es, a pesar de que se demostrara que tal acción es socialmente eficiente y toda la humanidad la validara. La respuesta ha sido que el derecho a errar es inherente e inalienable y, dado que es intangible y trasciende toda voluntad humana, siempre ha de ser sostenido. A ello he contestado que, si no podemos errar respecto a la intangibilidad del derecho a errar (pues todo "debes" conlleva un "no debes" que afecta a la proposición contraria), se sigue que no es un derecho universal, ya que no aplica en todos los casos. Y si podemos errar, con más razón ha de negarse su naturaleza necesaria, pues el mismo derecho a errar nos permitiría conculcar este derecho de forma legítima. De donde debemos concluir que la premisa de su intangibilidad es falsa, por lo que sí sería moralmente correcto abrogar por mor de la verdad y la virtud el derecho a errar.


La tolerancia como ideología política descansa en un engaño. Pruébase:
Obrar moralmente es mejor que obrar inmoralmente.
Si existiera un derecho a ser peor, tendríamos el derecho a obrar inmoralmente. Lo que es absurdo, ya que el derecho no puede ser el fundamento manifiesto de la inmoralidad.
Por tanto, no existe un derecho a ser peor.
Ahora bien, errar es peor que no errar. En consecuencia, no existe un derecho a errar.
Si no existe un derecho a errar, no existe un deber de tolerar el error.
Ahora bien, no existe un derecho a errar.
Por tanto, no existe un deber de tolerar el error.
El razonamiento que he presentado es concluyente salvo que se nieguen sus premisas, a saber: 1) que obrar moralmente es mejor que obrar inmoralmente; y 2) que errar es peor que no errar. Sentadas las mismas, no hay alternativa: se tiene derecho a errar o no se tiene. Si se tiene, se tiene para todo error, ya que si el derecho a ser peor sólo pudiera hacerse valer en algunos casos no sería universal. Por ejemplo, si tengo derecho a errar y a hacerme peor respecto a lo que establece la religión pero no respecto a lo que prevé el código penal, sólo tengo un derecho a hacerme peor en el ámbito religioso. Semejantemente, si tuviera un derecho a vivir que sólo pudiera hacerse efectivo en determinado territorio, no sería un derecho omnímodo e inalienable. Por tanto, si existe un derecho a errar con limitaciones no puede ser nunca un derecho natural oponible al Estado, sino a lo sumo un derecho que éste concede graciosamente por mera conveniencia social. Y si existe un derecho a errar sin limitaciones, entonces no existe el Estado.
La tolerancia como ideología política por la que se impone a los poderes públicos y a todos los que les están sujetos un deber ineludible de tolerar el error, en lugar de un mero derecho a hacerlo si tal les conviene, sólo puede sustentarse en el escepticismo y el relativismo.
Tampoco es posible, sin embargo, contemplar un hipotético derecho del Estado a tolerar el error, ya que ello supondría admitir que el Estado y no la verdad es el fundamento de la moral. Derecho absoluto es aquel que no puede ser limitado ni condicionado por nada distinto a sí mismo. El Estado no tiene un derecho absoluto sobre la verdad, pues si se aparta de ella deviene tiránico; luego está limitado por ella. El único derecho que no admite excepciones, al estar en la base de todo obrar moral, es el derecho a profesar la verdad, por lo que nunca es legítimo abandonarla y seguir el error. Un derecho de esta índole es intemporal y anterior al Estado. Por consiguiente, el Estado no puede negarlo o limitarlo, sino que ha de garantizar siempre su observancia. Es decir, tiene el deber de imponerlo.