No habrá carnavales en Poveglia

Publicado el 23 febrero 2014 por Miguel García Vega @in_albis68

Llegan los carnavales y veremos en todas las teles la bella cuidad de Venecia y sus fiestas de lujo. Contemplaremos vestidos fastuosos, fiestas regadas con champán caro y toda clase de gente que en esos días, con todo el derecho de estar allí si les place, afean la cuidad.

Tal vez alguien aproveche la oportunidad para mostrarnos Venecia sin la gripe anual de los turistas carnavales: callejones anaranjados al sol de poniente, con ese aire especial que solo el tiempo, la decadencia y la verdadera belleza pueden crear; inimitables en un resort de Oklahoma o Hong Kong, por mucho que se puedan empeñar.

Veremos sus palacios forjados a costa de la piratería y la fina política, valga la redundancia. Rastros de lo que fue uno de los principales emporios del comercio de todo tipo y, quizás, un emblema de esa vieja Europa del dinero, el arte y el refinamiento.

Lo que no veremos en ningún programa de televisión, me temo, es que a pocos metros de allí existe su reverso, una pequeña isla que no se llenará de  turistas por la sencilla razón de que su visita está prohibida: Poveglia, la isla maldita.

Venecia es una ciudad imposible, fundada por gente que huía de la guerra y literalmente no tenía otro sitio donde ir que a unos pantanos infectos. Aquello prosperó y durante siglos fue una ciudad estado que dominó el comercio europeo.  Pero parece que toda riqueza lleva su maldición en forma de arrabal y ese papel le corresponde a la olvidada Poveglia, una isleta que solo aparece en algún programa nocturno de misterio de esos que hablan de fantasmas. Dicen que en Poveglia haberlos haylos, aunque no va este post por ese camino.

La muerte negra

Poveglia fue una isla poblada también por gente que huía de los bárbaros. Allí vivían pescadores e incluso había un convento, que de todo debe de haber en la viña del señor. Todo normal hasta que  a mediados del siglo XIV la peste negra (o peste bubónica) hizo su aparición en Europa. Se estima que dicha enfermedad causó la muerte de unos 25 millones de personas, lo que suponía una tercera parte de la población europea. Nada menos.

La suciedad, la humedad de los canales y el trasiego de gente en lo que era un importante puerto comercial hizo que Venecia fuera especialmente castigada. Las autoridades se vieron incapaces de hacer frente a la plaga: encomendarse a dios y rezar resultó, una vez más, una estrategia catastrófica frente a un problema grave.

Los muertos se apilaban en las calles, los canales se llenaban de cuerpos en descomposición, el hedor era insoportable. El apocalipsis. Ante eso las autoridades decidieron llevar los cadáveres a otro sitio para intentar frenar el contagio. El lugar elegido fue Poveglia, que en tiempo récord se convirtió en una enorme fosa común. En pocos meses fueron llevadas a la isla más de 150.000 personas. Me vienen a la cabeza imágenes de los campos de exterminio nazi después de la liberación, con aquellas montañas de cuerpos enredados unos en otros, carne deshumanizada de lo que un día fueron amigos, hermanos, madres o amantes. Es lo único que en mi mente se puede acercar a lo que debió ser aquello. Era tal el número de muertos que rebosaban, Poveglia era incapaz de absorber tanto horror: los restos ‘sobrantes’ caían al agua y eran arrastrados por la corriente.

Pero lo más terrible, si cabe, es que no solo se llevaban los cadáveres a Poveglia. El pánico era tal que también se desterró allí a los infectados o a quienes tuvieran síntomas de padecer la enfermedad. No quiero ser macabro pero de esa manera se condenó a muchas personas a pasar sus últimos momentos en el infierno, vagando en una isla alfombrada de cadáveres, pisando, oliendo y escuchando los gemidos de los otros moribundos, antes de ser arrojados vivos a las llamas.

Miembros de la guardia veneciana, cubriendo sus caras con las siniestras máscaras usadas por los dottore della peste, se ocupaban de apilar los cuerpos y quemarlos, sin reparar en si estaban muertos o vivos. De esta manera, con el tiempo la isla se ha convertido en una mezcla de tierra, ceniza y restos humanos que, por cierto, parece dar una gran calidad de uva para hacer vino. Reciclaje y agricultura orgánica: un vino para estómagos a prueba de todo.

Tras este brote de peste y con el paso de los siglos la isla repitió su condición de gran fosa común en varias ocasiones, convirtiéndose en un lugar maldito repleto de leyendas. Un punto negro olvidado del mundo. Hay quien estima que en total pudieron desaparecer allí unas 300.000 personas, otras cifras hablan de un millón.

El sanatorio

Con la llegada del siglo XX el gobierno italiano quiso enterrar el pasado, con perdón, y darle vida de nuevo a la isla, devolverla a la normalidad. Pero, o eran unos cachondos (algo no descartable siendo mediterráneos) o muy claro tampoco lo tendrían, ya que lo que hicieron fue fundar allí, en 1922, un psiquiátrico cuyo campanario domina toda la isla. Poveglia volvía a su triste destino de ser el lugar donde se abandonaba a los excluidos. Los internos informaban, aterrados, que los espíritus de los muertos se les aparecían y que escuchaban sus lamentos. Pero claro, ni caso, estaban locos.

En aquel lugar sin ley el director del manicomio experimentó métodos innovadores de curación, como trepanaciones y lobotomías. Nada, por otro parte, que no se hiciera en otros psiquiátricos de la época.  Al final el propio director no pudo escapar del pasado de Poveglia y acabó tirándose del campanario. La isla se abandonó de nuevo hasta que una familia con mucho dinero y bastante esnobismo la compró. Intentaron vivir allí pero solo duraron una noche en la que al parecer tuvieron algún percance. Ahora solo van de día, por los viñedos. Nadie vive allí y solo se acercan furtivos amantes de los fantasmas. No se si así los muertos descansarán en paz.

Dicen que en días de fuerte oleaje siguen desprendiéndose de la isleta maldita restos de cuerpos humanos, que van a parar a las islas vecinas. También dicen que los pescadores no se acercan al lugar para no encontrarse con restos humanos envueltos en sus redes.

Es la manera en la que Poveglia grita su horror y maldice a su manera a la gente del lugar que la condenó a tan cruel destino. Es su manera de reivindicar a las víctimas de siempre, un toque de atención que nos devuelve, de vez en cuando, a los olvidados de la historia.

Dicho esto, que siga el Carnaval. Tal vez debe ser así.