Queridos hermanos y hermanas:
El lema de la campaña de Manos Unidas en este año es "No hay justicia sin igualdad". Son dramáticas las desigualdades entre el hombre y la mujer en los países del sur, en los campos de la libertad personal, el derecho a la educación, la capacidad de elegir, el derecho al trabajo, a la asistencia sanitaria y la alimentación. Estas desigualdades son todavía más sangrantes si comparamos las poblaciones del llamado primer mundo y el tercer y cuarto mundo. Los organismos internacionales reconocen que 1000 millones de personas sufren la dramática experiencia del hambre. El Papa Benedicto XVI ha denunciado la crisis alimentaria de que son víctimas muchos hermanos nuestros y nos ha dicho que "esta crisis se caracteriza no tanto por la insuficiencia de alimentos, sino por las dificultades para obtenerlos y por fenómenos especulativos y, por tanto, por la falta de un entramado de instituciones políticas y económicas capaces de afrontar las necesidades y emergencias". Nos recuerda además que la solución de la pobreza no está en la mera técnica, sino que necesita "hombres y mujeres que vivan en profundidad la fraternidad y sean capaces de acompañar a las personas, familias y comunidades en el camino de un auténtico desarrollo humano".
El hambre es una triste realidad para una parte importante de la humanidad, que requiere una lucha concreta y eficaz mediante una estrategia adecuada, en la búsqueda continua del bien común, fundamentada en el destino universal de los bienes de la tierra e inspirada en un humanismo integral y solidario.
Manos Unidas nos invita un año más a la generosidad y a comprometernos eficazmente en la lucha contra el hambre. Así nos lo pedía el Concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et Spes: « Habiendo como hay tantos oprimidos actualmente por el hambre en el mundo, el Concilio urge a todos, particulares y autoridades, a que recuerden aquella frase de los Padres: 'Alimenta al que muere de hambre, porque si no lo alimentas, lo matas´» (n. 69). Los hambrientos claman ante las sociedades opulentas y golpean nuestra conciencia. Dios, sobre todo, nos llama a compartir nuestros bienes con los necesitados. En el momento crucial del juicio no habrá posibles ambigüedades. Los criterios últimos de discriminación serán nuestros sentimientos de amor con los pobres y desgraciados: (Mt 25,41).
La Iglesia contempla en los pobres el rostro de Cristo (Centesimus Annus 58). Por ello, el amor a los hambrientos exige un compromiso generoso, una esperanza firme y también austeridad de vida, para compartir con los pobres no sólo lo que nos sobra, sino incluso aquello que estimamos necesario. En realidad cuando el amor no duele es pura hipocresía. Hay muchos hermanos nuestros que esperan nuestra ayuda y pueblos enteros condenados al subdesarrollo. Mitiguemos sus carencias con nuestra generosidad, ayudándoles en su desarrollo integral.
Por todos estos motivos os invito a ser generosos en la Campaña que se llevará a cabo en las parroquias de la Archidiócesis el próximo domingo, al mismo tiempo que ruego a los sacerdotes que hagan con todo interés la colecta, motivándola adecuadamente en la homilía.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla