La crisis nos ha puesto en el disparadero. Sin ella, seguramente, prolongaríamos nuestras “usuales formas de hacer” durante varios años más, en una dulce, aletargante muerte lenta.
Los cursos, cada vez más difíciles de convocar. A menos personal, menos posibilidades de “sacarlos del puesto”. La temática posible, o muy focalizada en aspectos específicos de cada empresa, o sometidos a la rutina “otro curso de Liderazgo”. En el aula, el proyector de diapositivas como elemento dominante, interrumpido de vez en cuando con algún ejercicio “motivante”.
Y el Departamento, alejado de las grandes corrientes de la empresa. Cobrando protagonismo básicamente cuando “un curso sale mal” o cuando la gente no logra un determinado objetivo, por culpa evidentemente de la “falta de formación”.
También momentos dulces, sin duda. Más la vieja certeza: “si aún cree que la formación es cara, pruebe con la ignorancia”. Pero la plantilla de profesionales dedicados a formación en la empresa se ha rejuvenecido mucho en los últimos años. Son personas con ganas de hacer y de “pesar” más.
La crisis. Que está obligando a un replanteamiento de todo nuestro sistema productivo. Rompiendo tabúes y mitos. Más las nuevas tecnologías, la mitad de ellas, nada, y de la otra mitad, exageraciones. Y sin embargo, unas magníficas puertas abiertas a la experimentación y al descubrimiento. Puertas a un continente para nosotros casi tan ignoto como América para sus descubridores.
Lo pasaron mal aquellos arriesgados que desde Extremadura, empujados por la necesidad, abrieron un continente. Sin tanta tragedia (ni tanta recompensa, me temo) quizás estemos en una situación bastante parecida. Donde estamos no es suficiente, donde vamos, está por descubrir. ¡Pero hay que moverse!.