Cruzar la frontera te jode de formas que no sabías que podías ser jodido."
Lo que sucede cuando lees No hay santos es que cruzas la frontera. Lo que sucede cuando lees «No hay santos» es que Gabino Iglesias te agarra de la pechera desde el inicio y no te suelta hasta que se ha asegurado de haber apuñalado tu estómago en una herida no mortal pero duradera. Por el camino te lleva a un Austin sórdido que se asemeja al México más feroz, ese México infestado de maras, rituales macabros, secuestros y balas, muchas balas. Es allí donde asistimos a una batalla que no confronta al bien y el mal, sino al mal contra el mal. Claro que hay grados de mal.
La novela sigue a Fernando, un matón de segunda que intenta sin éxito escapar de un mundo demasiado turbio. Su último encontronazo con una banda rival le muestra un nivel de maldad que va más allá de lo humano y que se instalará en su cerebro para perseguirle sin remedio.
Con un desarrollo muy influenciado por el medio televisivo, Gabino Iglesias propone una historia tremendamente visual que se lee a velocidad de vértigo gracias a su brevedad y a una trama que no da tregua y que avanza a un ritmo muy propicio. Pero la gran baza de la novela viene dada por su espíritu de western noir, en una estupenda mezcla que nos introduce en la mente del protagonista y nos hace partícipes de su sufrimiento y de su miedo ante la situación que se le plantea. La historia gira alrededor del concepto de lo fronterizo en todo su significado, haciéndonos cruzar constantemente fronteras reales y metafóricas incluso en la manera en que está escrita la novela. Leerla en su versión original sin duda ha de ser toda una experiencia, ya que el texto es puro spanglish mezclando continuamente inglés y español. La traducción, por suerte, ha sabido solventar ese detalle con maestría colocando en cursiva todo lo que en el original estaba escrito en español. Y el efecto funciona de maravilla.
Funciona también la figura ominosa y funesta de un villano muy bien definido con unas pocas pinceladas, y que sobrevuela el texto como una amenaza siempre presente. El remate es la introducción de un elemento fantástico que aporta una pequeña dosis de un terror menos terrenal y más lovecraftiano si cabe. Todo esto, hábilmente combinado, convierte a «No hay santos» en un plato principal nada desdeñable, de esos que te atraen por su aspecto y te sacian con un intenso sabor digno de paladearse lentamente. Se le podría achacar tal vez cierta precipitación en el desenlace, dejando cierta sensación de prólogo hacia algo más grande. Vamos, que creo que la propuesta de Gabino Iglesias admite y hasta pide una ampliación del microuniverso que nos pone delante. Ojalá sea así.
Ya he hablado en otras reseñas del minucioso trabajo de edición de Dilatando Mentes, pero no puedo obviar la increíble labor de diseño detrás de este libro. Para mi gusto estamos ante la mejor presentación visual de la editorial hasta la fecha, incluyendo en el interior una serie de fotografías tomadas por el propio escritor y un conjunto de ilustraciones sobre la Santa Muerte de José Guadalupe Posada que me parecen un acierto absoluto. Les animo a visitar la web de la editorial para hacerse una idea. Por supuesto, seguimos contando con unos fantásticos prólogo, epílogo y sección de miscelánea para completar la lectura.
Totalmente recomendable para cualquier lector, «No hay santos» avanza a cuchillo, con toda la violencia que se presupone a una historia de este tipo. Certera y directa a la encía, la obra de Gabino Iglesias es como una manada de pinches cabrones soltando golpes al lector repetidamente sin ninguna conmiseración. Mientras la frente se te perla de sudor y recibes de lo lindo, sabes que lo único que puedes hacer es rezarle a la Santa Muerte.