Revista Comunicación

No ignores lo que ocurre: actúa y cámbialo si no te gusta.

Por Marperez @Mari__Soles
El mensaje de la caracolaQuien tenga oídos, que oiga.

Pasan los días y se me van acumulando los temas sobre los que quiero escribir. No sé si a alguno/a de ustedes le pasa lo mismo que a mí: desde que llegó la moda de tener presencia activa en las redes sociales siento que, a veces, me pierdo entre tanta cantidad de noticias, actualizaciones, recetas, cartelitos, chistes, desgracias…

Se suponía que las redes sociales tenían como finalidad principal el contacto humano a distancia: las usaríamos para hablar, para conocernos, para ayudarnos, para apoyarnos, para reír y hasta para enamorarnos. En realidad, tal y como suele ocurrir, como “nadie da duros a dos pesetas”, era un anzuelo para espiar a la mayor parte posible de la población mundial. Pero, además, descubrimos el poder de influir en los acontecimientos simplemente creando corrientes de opinión o protesta que llegaran a constituir lo que se denomina una “masa crítica”. Ese mismo descubrimiento, como no podía ser de otra manera, está siendo aprovechado por los “profesionales” de la manipulación mental: empresas de publicidad, partidos políticos, religiones y terrorismos varios. No es de extrañar, por lo tanto, que nos bombardeen sin descanso con sus publicaciones y que nos cueste tanto salir de ese “enganche”. Sin embargo, ese aturdimiento, esa saturación, no debe hacernos mirar hacia otro lado, como hacen muchas personas.

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Siempre lo he dicho: en las circunstancias más incómodas es cuando mejores oportunidades tenemos de demostrar de qué pasta estamos hechos/as. Y las circunstancias actuales, además, al ser tan generales, públicas y gravísimas, nos permiten, también, ver con claridad de qué pasta están hechos/as quienes nos rodean.

Últimamente las noticias no pueden ser más catastróficas. Cada día me voy a dormir pensando si todavía me queda algo más por descubrir de la capacidad del ser humano de superar al mismísimo demonio, y cada día vuelve a sorprenderme con relatos a cuál más estremecedor. No sé exactamente si achacar esta sensación al hecho de que las redes sociales tienen más capacidad de divulgación, o a que, simplemente, el mal se ha adueñado de los mecanismos de la justicia y los psicópatas campan a sus anchas sin necesidad de disimular ni de esconderse, con todo el descaro del mundo. Ya no les importa en absoluto, por lo visto, mostrar su absoluta carencia de sentimientos y conciencia. Y no hablo solo de los que salen en las noticias (corruptos, asesinos, maltratadores, etc.), sino, sobre todo, de las personas “de a pie”: esa chica que creías que era tu amiga y que, al ver cómo un ejército masacra a los bebés del país que están ocupando, te dice en tu cara que le parece muy bien y que hay que exterminar a ese pueblo desde la raíz, y que si ella pudiera iría a unirse a ellos (a los genocidas). O esa compañera de una prueba de selección que dice, sin titubear, que “los niños y las embarazadas son un estorbo”. O ese par de incalificables que un día descubrimos que han estado dejando morir a su madre completamente desatendida y abandonada mientras se gastaban su paga en drogas, alcohol y diversión. O esa que creías digna de respeto y confianza que, un día, te dice que le molesta que participes en redes de solidaridad, que pidas ayuda para ellos o que expreses tus emociones, e incluso que seas educada, porque “a nadie le importas”. O esa amiga que dice de otra a sus espaldas “si la veo muerta en el suelo me dará igual”. Por no hablar de los camiones cargados de refugiados, los cadáveres de niños llegando a las playas, las explosiones en fábricas, universidades, etc., las decapitaciones, la destrucción de lugares históricos,… ¿Pero qué le pasa a este mundo? ¿Qué está pasando?

Hasta hace no mucho me costaba comprender por qué había triunfado Hitler y el nazismo en la Alemania de la primera mitad del siglo pasado. Creía que debían estar drogados, engañados, aletargados, o algo así. No pasaba por mi mente la posibilidad de que tantos millones de personas lo apoyaran conscientemente. Pero sí, por desgracia, hay gente sin escrúpulos, sin sentimientos, sin corazón y con un egoísmo tan grande que podría dar mil veces la vuelta al Universo y no agotarse. Y no son pocos. No son casos aislados, ni son ignorantes, ni están manipulados por nadie. Son gente normal y corriente, que cree que no hay cabida en este mundo para quienes ellos decidan que sobran. Se consideran superiores y creen firmemente que el resto les estorbamos, por lo que su pasatiempo ideal es etiquetarnos para clasificarnos.

Sospecho que la psicopatía es un mal generalizado que va en aumento. Tanto los efectos secundarios de ciertas medicinas como ciertas modas espiritualoides que intentan convencernos de que la sabiduría está en la vida contemplativa, alejada de pasiones, sentimientos y emociones y sin implicaciones activas y directas con los problemas de la sociedad o del prójimo, están causando ese estado de alienación en muchísimas personas. Creer que todo lo que ocurre forma parte de algo ajeno a nosotros/as, que no debemos participar, que no debemos intoxicarnos con las negatividades de lo que ocurre, es lo más cómodo, pero no, para mí, lo más elevado que me dicta mi conciencia (allá cada cual con la suya).

Si tenemos manos, no es para quedarnos mirando lo bonitas que son. Si tenemos ojos, no es para ignorar el peligro ni la injusticia. Si tenemos oídos, no es para ignorar el llanto y los gritos de socorro de quienes nos necesitan. Si tenemos voz, no es para callarnos y no unirnos al clamor que grita ¡BASTA YA! Tenemos que quitar a los/as psicópatas el poder que están ejerciendo contra la Humanidad a todos los niveles.

¿Por qué no es malo que compartamos y divulguemos lo que está ocurriendo? Porque lo que no se sabe, no existe. Porque información es poder. Porque saberlo no nos matará: mirar a otro lado, sí. Ignorar lo que está sucediendo nos contamina el alma, y eso sí que puede convertirnos en psicópatas, en vez de protegernos. El agua que se estanca se pudre; debe circular para oxigenarse. Lo mismo ocurre con los sentimientos, con la solidaridad, con las buenas maneras y costumbres, con las ideas positivas y útiles, con las buenas intenciones. No debemos tener miedo a sentir, porque es lo que nos mantiene conectados con la vida. No sentir o negarnos a hacerlo es desconectar de nuestra propia esencia, dejar atrás nuestra propia naturaleza, en resumen: alienarnos… o, como diría cierto psicólogo con canal en Youtube, “psicopatearnos”.

Un periodista que conoció a Hitler en persona (Fritz Gerlich) escribió:

 Lo peor que podemos hacer, absolutamente lo peor, es no hacer nada.

Ese mismo periodista, héroe de la Historia que arriesgó su vida por luchar contra el nazismo con sus propias herramientas (el poder de sus propias ideas, de su propia conciencia y de sus palabras), murió en un campo de concentración sin arrepentirse de lo hecho, demostrando coherencia con sus propio discurso:

Que el miedo no ahogue nuestra razón.

La solución no vendrá de la mano de quienes odian, desprecian, o matan. La solución jamás vendrá de la mano de quienes miran hacia otro lado para no contaminarse de emociones incómodas.

La solución la están aportando quienes están, por ejemplo, poniendo sus conocimientos, sus hogares, su tiempo, su hombro a disposición de quienes lo necesiten: misioneros/as, médicos, personal sanitario voluntario que está dedicando su tiempo y esfuerzo y arriesgando sus vidas para combatir el ébola, la malaria, el hambre, las heridas de guerra, etc. Gente que está creando redes de acogida para las oleadas de refugiados/as que están llegando a sus ciudades. Voluntarios/as que atienden en los comedores sociales en todas nuestras ciudades a quienes no tienen ni para comer. ¡Hay tantas cosas que se pueden hacer! ¡Tantas ofertas entre las que elegir para aportar un granito de arena! Se pueden enviar donaciones, se puede echar una mano a cualquier vecino/a que lo esté pasando mal, se puede llamar a un amigo o amiga o un familiar para decirle que estamos ahí, que nos acordamos de él/ella, hacerle reír, devolverle un favor o hacérselo si hace falta. Se puede dedicar un ratito al día a hacer algo por los demás. ¡No es tan difícil, y no cuesta tanto! Al contrario: es lo más bonito que se puede hacer y hay pocas cosas que puedan dar tanto sentido a nuestra existencia, aquí, ahora. ¡Solo hay que dar el primer paso! Y nada de eso se dará si no quieres ver lo que ocurre, o piensas “uy, mejor no pensar en eso, que luego me quedo fatal”. Si te quedas fatal, ¡mejor! Eso significa que aún tienes conciencia… ¡y lo que debes hacer es actuar, no lamentarte, ni deprimirte, ni huir!

EL MUNDO ESTÁ LLENO DE PSICÓPATAS Y COBARDES

¡HAZ ALGO SI NO ERES COMO ELL@S!

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