No me callo

Por Revistaletralibre

© Pedro Jaén
(@profesorjaen)

Sí, yo fui uno de los más de tres mil asistentes al acto que organizó VOX el pasado domingo en Fibes. Allí me encontré con viejos conocidos y personas que habían venido hasta Sevilla desde muy lejos, cada uno de su padre y de su madre, pero todos hasta los mismísimos. Muchas familias y personas del mundo rural, autónomos, madrugadores y hartos pagadores de impuestos para nada. Y lo compartí en mis cuentas personales, especialmente en Twitter, con entusiasmo y libertad. Ni pido perdón por ir ni veo motivo de vergüenza. Lo que se vino a decir es 'dos y dos son cuatro', en tiempos en los que si no dices 'cuatro y cuatra' te llaman de fascista para arriba.
Pues bien... No ha pasado ni una semana y ya he recibido ataques personales (desde cuentas anónimas, claro está), que incluyen la revelación de datos personales con especial y visceral odio, como esos típicos mensajitos de trolls en Twitter para tratar de amedrentar y amordazar a los que no seguimos la corriente de la progredumbre impuesta.
Más allá del recurso inútil de llamar 'grupos de ultraderecha' a un partido como VOX, plenamente defensor de la Constitución y que rechaza -por privado y públicamente- tanto el fascismo como el comunismo, lo que me sigue llamando la atención es cómo este tipo de acosadores en redes se ve a sí mismo con la potestad de poder etiquetar, atacar y tratar de acobardar al disidente, al que no piensa como él.
El mismo recurso que ha llevado al okupa de La Moncloa a inventarse -junto con sus medios afines- la historia del francotirador inexistente para criminalizar a la oposición, por ejemplo.
Algunos vivimos, desde hace tiempo, tiempos de guerra verbal. Personas con cuentas falsas atacan desde la cobardía del anonimato para tratar de callarnos. Lo de siempre. Pretenden que tengamos ese miedo con el que salían a pegar los carteles los de Alianza Popular (y luego el PP) en los pueblos, a sabiendas de que detrás venían los socialistas a arrancárselos.
Lo peor es que otros ya lo viven en sus carnes. Personas admirables como el juez Llarena o como Ortega Lara, por citar dos ejemplos de representantes de la dignidad, son personalmente atacados e insultados por unos que se autoproclaman demócratas.
No sé si estamos perdidos; me aferro a la esperanza. Pero lo que está claro es que no debemos callarnos, porque entonces habrán ganado.