con mi niño en brazos aunque no se aprecie en la foto).
Lo que más resonó en mi cabeza ese día y todavía sigue ahí (espero que por muuuuucho tiempo) es uno de los ejercicios que nos propuso Mireia. Se trata de vernos a nosotros mismos como un GIGANTE gritando y vociferando a un niño: si nos ponemos en el lugar del peque, ¿cómo nos sentiríamos al recibir los gritos y la ira de alguien que supera por diez nuestro tamaño? Yo me lo imagino así: