Ya está, ya lo he dicho. Ya podéis considerarme la peor madre del mundo. Pero también podéis seguir leyendo y contarme si alguien más comprende este sentimiento…
Era algo que venía sospechando, pero que este año se me ha confirmado casi como una revelación. Desde las primeras navidades de Diego, con 7 meses, le hemos llevado a la cabalgata de nuestra ciudad, que está razonablemente bien. Por eso, se llena mucho ya que viene gente de bastantes sitios.
Los primeros años, el peque iba en el carrito y nos manteníamos a distancia, simplemente para que viera las luces y el ambiente. Y él tan feliz. El año pasado, fue él quien no quiso meterse en el tumulto y nos quedamos por detrás, felices con los abuelos bailando al ritmo de la música con la calle cortada toda para nosotros.
Lo peor del ser humano
Pero este año, aunque sin querer meterse en primera fila porque las aglomeraciones siguen sin ser lo suyo, sí que quería coger caramelos y acercarse un poco más. Así que allí estábamos, padres, abuelos y criatura en cuarta o quinta fila rodeados de un montón de gente dispuesta a hacer todo lo necesario por un caramelo.
Ni os digo el momento en que empezaron a lanzar pelotas. De esas tristes, de bazar de todo a un euro, de las que le dices al niño que no se las vas a comprar el resto del año porque no quieres más trastos en casa. Pues esas pelotas de repente se convierten en el más preciado de los tesoros y si hace falta dar empujones, dar saltos y chafar niños para conseguir una, se hace.
Es cierto que cuando los niños son pequeños, como el mío, él quería una pelota, y la quería como si le fuera la vida en ello. Y claro, cuando tu vástago quiere algo con tantas ansias, la mamá oso que llevas dentro toma el control y si tiene que dar zarpazos o rugir para hacer feliz a su criatura, pues lo hace.
Pero la sensación que tuve en la cabalgata es que en estas situaciones nos volvemos un poco locos y sacamos lo peor del ser humano. A toro pasado, yo misma no estoy orgullosa del enganchón en que me vi envuelta para conseguir la dichosa pelotita. Pelota con la que jugó después cuando subimos a casa y no ha vuelto a jugar.
¿Qué habría pasado si no hubiéramos podido cogerla? ¿Aprovechamos la situación para que aprenda que no siempre conseguimos lo que queremos? ¿Le compramos una pelota en el bazar más cercano para que no se quede con el berrinche?
Sensación agridulce
Este año, la cabalgata me ha dejado con una sensación extraña. Al niño le hacía más ilusión coger caramelos y conseguir una pelota que ver a los Reyes y los camellos, con la cantidad de gente que había era casi imposible ver nada en la cabalgata (si no estabas allí con un par de horas de antelación para coger sitio), y los comportamientos humanos a nuestro alrededor no me parecieron el mejor ejemplo para el niño.
Pero volvimos a casa, dejamos galletas debajo del árbol y por la mañana los Reyes habían venido y le habían dejado justo lo que él había pedido. Y su carita de ilusión casi me hizo olvidar lo que había visto la tarde anterior.
¿Qué tal vuestras experiencias en las cabalgatas?
Clara
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